El naufragio de Carlos




La realidad es la superficie del mar, de un mar que a veces es transparente, plateado, liso, como una lámina. Otras veces se muestra iracundo, desafiante y atronador. La realidad se bambolea en la superficie de ese mar al que nacemos y en el que desaparecemos un día, repentinamente.

Nadamos con brío en nuestra juventud y avanzamos hacia un horizonte que no alcanzamos jamás y ese es el devenir de nuestras vidas, día tras día.

Un día las fuerzas comienzan a fallarnos y poco a poco dejamos de bracear y nos tumbamos boca arriba y dejamos que las olas y la marea nos guíen; cedemos a la naturaleza el timón y ella toma el rumbo cuando ya nosotros no conseguimos pilotar nuestra propia nave.

Las olas nos alzan, nos mecen, nos acunan y poco a poco el agua nos va cubriendo y cuando ya el peso es evidente y nuestros músculos cansados no pueden mantenernos a flote, comenzamos a hundirnos, hasta hundirnos del todo y terminaros varados en el fondo, encallados. Somos naves y finalmente naufragaremos, sin remedio.

Sandra jugaba a las cartas con Carlos, como cada día, y desde hace un par de meses comenzó a notar el peso del agua del mar sobre el cuerpo de él y presentía que poco a poco iría alejándose de la realidad, hundiéndose en el mar de la vida, perdiendo el timón de sus propios pensamientos.

- Apaga el ventilador del techo, que me marea ver las vueltas que da, dice Carlos.
- Ya lo apago, le tranquiliza Sandra, al tiempo que aprieta un interruptor imaginario que pare las imaginarias aspas del inexistente ventilador.
Al cabo de un rato:
- ¿Por qué tengo el pelo de color rojo? Quítame la pintura, por favor. Inquiere Carlos a Sandra quien, cariñosamente pasa una mano por el canoso pelo de Carlos.
 
Y olas de confusión van minando la razón de ese hombre, aún joven, poco más de 50 años, y alejándole de la realidad. Cada día son más las horas que la cabeza de Carlos está a merced del oleaje y su cuerpo, cada día más cansado, ha comenzado a escorarse. Pronto habrá naufragado del todo y Sandra es testigo inútil del hundimiento de su hermano y sabe que en unos pocos meses, su cuerpo y su cabeza yacerán en el fondo marino de la muerte.

No hay mayor dolor que presenciar cómo una persona se ahoga, bracea, se asfixia y nos tiende una mano que acompaña con una mirada a veces confusa, otras miedosa y en ocasiones resignada.

Qué dolor no poder asir esa mano y mantener a flote a quien irremediablemente ha comenzado a hundirse y es arrastrado poco a poco al mundo en el que habitan corales y sirenas.





Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

1 comentario:

  1. Una vez más te digo que son relatos reales, pero muy triste, pero que me enorgullezco de tener una amiga tan buena escritora como tu.

    ResponderEliminar