MI VIDA SIN TI



Unos años más tarde y quizás no estarías aquí, quien sabe. Acabas de cumplir 53 y el hecho de ser de la cosecha del 61 te ha salvado la vida.

Desde hace unos años, a los niños que van a nacer en el estado en que tu estás se les "descarta" por no ser perfectos, como errores que hay que corregir. Manchas de tinta que la vida vierte sobre el papel mientras escribe el destino con pluma. Se toma el papel secante, se aplica sobre la mancha, se raspa a cuchilla y se elimina el error, apareciendo de nuevo el papel, no ya inmaculado, pero sí limpio. Aunque sobre la piel satinada quede para siempre impregnada la herida, la huella de lo ocurrido.

Mientras empujo tu silla, juntos vivimos esa vida que no se detiene por nadie. Te desplazas sobre las ruedas que impulso con mis brazos; ves el mundo que te describo con mis ojos y coloreo para ti los ambientes que te rodean para que los entiendas con explicaciones sencillas y mágicas, adaptadas a ese cerebro quebrado. 

Te cedo mis fuerzas, mis ojos, mi verbo, mi entendimiento, pero en ese trueque vital tú sales perdiendo porque tú me aportas todo de ti mientras yo te doy tan sólo pedacitos de mí.

A veces, cuando te dejo en tu cama, arropado, me pregunto que habría sido de mi vida sin ti. Debo reconocerte, con dolor de hermana, que habría sido más feliz o feliz a secas. Sin duda. Y siento decirlo, aunque por suerte nunca llegarás a saber que lo he dicho. No he podido ser feliz porque tú no lo has sido, porque hice siempre mío tu dolor, como era lógico. A cambio de esa felicidad que ni tú ni yo hemos tenido, a mí me has hecho mejor persona, más humana, porque el dolor dignifica y con tu ejemplo me has hecho mejor. Ese es tu legado para mí, para los que te conocen y ese ha sido tu triunfo, el de servir de espejo en el que reconocernos mejores cada día. 

Ahora bien, no sé si ha merecido la pena. Puedo hablar por mí, pero no soy capaz de poner en tu boca palabras que no eres capaz de formular. No sé si para ti ha merecido la pena una vida que yo no habría querido para mí, pero eres incapaz, quizás por suerte, de hacerte planteamientos de este tipo, planteamientos que a los demás llegan a torturarnos. 

No sé el tiempo que viviremos ni tú ni yo, pero espero que el destino no me obligue a dejarte solo algún día. Ojalá pueda seguir empujando tu silla y adornando con palabras tu vida, el tiempo que nos quede.


Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

4 comentarios:

  1. En tiempos de los romanos, la cantidad de luz no se podía medir; ni la radiación y aún hoy quedan muchas otras magnitudes físicas por descubrir todavía. Yo te propongo una cuestión: ¿Quién te dice que tu hermano no se comunica contigo y con el mundo de alguna forma que ni imaginas? Seguro que sabes que sí existe ese intercamio con el mundo exterior y con quien le quiere. Decían los antiguos griegos que para conocer la realidad y llegar a ser sabio tenías que ser ciego (Edipo Rey alcanza la sabiduría cuando se quita los ojos). Algo intuían los griegos y lo plantaron en sus obras... Yo creo que tu hermano sabe cuándo estás con él, vive el mundo que comparte contigo cuando empujas su silla y lo siente de una forma distinta a la nuestra. ¡Ah, y menos mal que es cosecha de los años sesenta! Lo que no ha ocurrido ni te lo plantees. Un abrazo amiga mía

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