Programados para el mal




No voy a escribir un sesudo artículo sobre este tema y como no hay modo de mostrar certidumbre alguna, me limitaré a un simple hilvanar de ideas.

Los seres humanos nacemos programados para el mal, aunque algunos, por defecto de fábrica, salimos buenos. 
Las mentes más privilegiadas de la humanidad han debatido acerca de este espinoso  tema, sin llegar a acuerdos. 

Desde la filosofía, la teología, las ciencias o las humanidades, intelectuales como Hobbes, Locke, Freud, por citar unos pocos, consideran que el hombre es malo por naturaleza. Otros, como el bueno de Rousseau, o su predecesor Sócrates, defendieron lo contrario. 


En contra del buenismo imperante últimamente, yo estoy convencida de que somos malos desde el nacimiento, aunque algunos lo disimulen con mayor o menor fortuna. La maldad nos rodea y no es eso que califica a los malvados que sólo conocemos a través de los medios de comunicación; no, esos sólo son malos oficiales, catalogados, perseguidos, juzgados y condenados. Esos malos que en los últimos días están siendo puestos en libertad para que vuelvan a delinquir cuando lo deseen, cosa que ocurrirá, como todos sabemos, porque hay gente que nace desalmada y asocial y eso no tiene cura.

Pero luego hay otro tipo de malos, los malos cotidianos, los que nos rodean, los que conviven con nosotros, compartiendo espacios de estudios, de trabajo, vecinales. Malos a menor escala pero no por eso inocentes. Yo conozco muchos de esos, por desgracia. Malos, sinvergüenzas, personas sin moral ni escrúpulos. Gente amargada incapaz de asimilar sus conductas a los valores cívicos de la sociedad en la que viven y que sólo encuentran dicha amargando la vida a los que les rodean. Y si sus víctimas son seres débiles, vulnerables, mayor regocijo encuentran en sus actos.


Conozco desalmados que se dedican a la enseñanza, a la sanidad, a los servicios sociales, a la justicia, a las fuerzas del orden. Esos malos son los peores porque trabajan con material sensible: menores, enfermos, personas en apuros, que precisan algún tipo de ayuda. Son los malos cotidianos, de nuestros entorno más próximo, malos con los que me relaciono a diario. Gente a la que odio, si os soy sincera, y no son pocos. Y aunque fueran pocos, serían demasiados.

Observo actitudes y conductas bondadosas en los niños y en los discapacitados, lo que me lleva a intuir que estamos programados para el mal y que la bondad sólo es habitual en seres inmaduros o en personas con su capacidad intelectual mermada. En condiciones normales, somos malos. De solemnidad.


Ayer, debatiendo en twitter sobre este tema con un inteligente tuitero que defendía una posición contraria a la mía, me pidió: "dale una oportunidad a este mundo imperfecto". Vale, se la doy, pero seguro que me arrepentiré.






Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

4 comentarios:

  1. Da esa oportunidad, y aunque te arrepientas luego,vuelve a dártela. Porque aunque te rodean muchas malas personas, también te cruzarás con grandes y nobles almas.

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    1. Estimado Soul, muchas gracias por compartir conmigo ideas tan valiosas como las que me has regalado. Un saludo!

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  2. Yo creo que cada uno lleva una programación genética diferente...unos son propensos al mal otros al bien. Luego viene las modificaciones que en nuestra conducta ejerce el entorno que nos rodea y la oportunidad para ejercer uno o el otro. Las miserias de la vida a veces nos llevan a conductas miserables. No creo que mayoritariamente la gente sea necesariamente mala. Normalmente suele ser más útil la maldad, pero mucho más satisfactorio hacer el bien. Es un tema interesante. Un saludo.

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