Personas incompletas

Cuando Toño marchó de casa se llevó a Toñito con él, ese hijo que tanto se le parecía y que era a la vez tan distinto de Jesusa, la hermana gemela que nació incompleta. Desde el nacimiento de los niños, en el corazón de Toño se fue abriendo una brecha en la medida en que descubría, cómo la niña carecía de todo lo que a su hermano parecía sobrarle, como si el niño absorbiera la inteligencia, los movimientos, el habla y las risas que el destino les había dado para que se los repartieran.
Incapaz de perdonar a su mujer lo que él consideraba que había sido culpa suya, un amanecer huyó de casa con todo lo que de valor en ella había, monedas, documentos, fotografías, y el hijo varón. 
El destino, que tarde o temprano salda deudas con sus acreedores, le hizo comprender a Toño que ese hijo habilidoso en comparación con su gemela, era en realidad otro niño incapaz, al compararlo con otros de su edad. Toñín creció entre las burlas de sus compañeros y el desprecio de su propio padre, que terminó asumiendo que si las carencias de Jesusa eran culpa de la madre, las de su hijo debían por fuerza ser culpa de él.

El tiempo, no obstante, fue benévolo con aquel hijo de entendimiento incompleto, que terminó casando con una muchacha igual que él. Ambas familias pactaron un matrimonio que fue, más que sacramento, mera convivencia. La suerte quiso que ninguno de ellos sintiera quemazón en sus entrañas y jamás compartieron cama en la que hubieran podido gestar un nuevo error.
Pasaron los años y con la vejez, incapaces ambos ya de gestionar sus vidas, fueron llevados a un asilo en el que la mujer de Toñín falleció a los pocos meses. El niño incompleto, anciano ya, se hizo amigo de una mujer, con la que paseaba por el soleado patio por las mañanas y jugaba al dominó por las tardes. Ella apenas hablaba y era él quien llenaba de palabras, bromas, risas y canciones, el tiempo de ambos. En sus paseos se fueron aproximando cada vez más el uno al otro hasta que terminaron caminando de la mano. Y de la mano pasaron su primer verano y llegó, poco a poco, el invierno, entre las risas de él y las miradas cómplices de ella.

En la noche de fin de año, mientras tomaban juntos las uvas, ella se atrevió, al fin, a decirle su nombre, la única palabra que, ocasionalmente, salía de su boca. La pronunció muy bajito, de un modo apenas audible y él respondió "¡Jesusa, bonito nombre. Rima con pelusa!" Y se echó a reir mientras ella le miraba, en silencio. Hombre y mujer incompletos, que el destino, juguetón siempre, vino a completar.


Nota: este puede parecer el más inverosímil de todos mis relatos, pero es tan cierto como todos ellos.
Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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