Hay personas que pasan por la vida bordeándola. Caminan de puntillas y pasan desapercibidas para los que viven en voz alta. Hay personas que no hablan, murmullan. Que no ríen, sonríen. Que no lloran, gimen. Que no viven, sobreviven.
Hay personas capaces de atrapar en su silencios una ráfaga de aire, el brote de una flor, el aroma del verano, el silencio de la noche, la melodía del amanecer. Personas que viven a un ritmo distinto, con una sensibilidad especial, que captan los matices de la vida que para el resto resultan insignificantes. Personas que en un minuto pueden vivir las vivencias que en otro necesitan un año.
Esas personas, que viven menos tiempo, al marcharse dejan tras de sí la eternidad entera reflejada en su dulce rostro y un recuerdo de ojos chispeantes y sonrisa saltarina.
Hay personas que conjugan el verbo vivir a trompicones y rodando por la pendiente de la vida, llegan antes al horizonte hacia el que todos caminamos.
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