Dame pan y llámame catalán




Tras un verano poético (la vida obliga, a veces, a mirar hacia adentro), recupero la pluma con la que escribo mis incorrecciones políticas. Unas veces me falta valor y otras me sobra prudencia para exponer mis pensamientos, sobre todo cuando el tema puede poner en peligro mi integridad lagartijil. Que sí, que ya sé que aunque me la corten, la cola vuelve a crecerme. Pero la cabeza no.

A lo que iba, que es septiembre y toca hablar de Cataluña. Quien me siga habitualmente sabrá que me crié en aquella maravillosa tierra, que conozco su lengua y su cultura y durante años me sentí catalana. Ya no, porque no existe ya aquella estupenda tierra de acogida; se ha transformado en la tierra hostil que expulsa de ella a sus legítimos moradores. Su melodiosa lengua ya no me recuerda el verbo magistral de Espriu o de Plà (Josep, no confundir con Albert, porfis) ni me acarician como antes los trinos de Marina Rossell, a la que tanto admiro. 

Ahora su lengua me suena como martillo hidráulico que penetra la tierra española a golpes ensordecedores, para taladrarnos con ella y acabar con la nuestra. Y su cultura ha sido transmutada y se asienta ahora sobre las arenas movedizas de una historia inventada. Manipuladores seres han secuestrado el inconsciente colectivo y han arrancado páginas completas de los libros de historia, escribiendo con tinta fluorescente historias inventadas, para crear y recrear un pasado inexistente.

Todo ello ha sido posible por el caldo de cultivo de la ignorancia de las nuevas generaciones y el secular trastorno de personalidad colectivo que aflige a la sociedad catalana. Manías de persecución, delirios de grandeza, histrionismo en las manifestaciones colectivas e individuales, usos lingüísticos exagerados, con verbalizaciones amenazantes y coprolálicas, ensoñaciones y fantasías, alejamiento de la realidad… Una patología grave hace mella en la salud cívica de la sociedad catalana, una patología incurable. Y lo peor es que este conjunto de síntomas va unido a la pérdida total del sentido de la autocrítica. 

Si el resto de compatriotas estamos escandalizados ante los casos de corrupción política que a diario saltan de las pantallas del televisor para abofetearnos a la hora de las noticias, ellos, los españoles que residen en la región catalana y que desean dejar de serlo, miran hacia otro lado cuando los corruptos tienen apellido catalán. Que si el corrupto es un Rodríguez o un Martín, es un hijo de puta que merece la cárcel, pero si es un Pujol, un Massagué, un Valls… la cosa cambia y a los españoles de ese lado de España que desean romperla, les entra una repentina sordera y ceguera. El relativismo moral que impregna el ADN de cualquier radical, relativismo que tan pronto pone un arma en sus manos, como una papeleta de voto en una urna trucada.

En realidad, ¿qué hay tras este deseo de romper con España? Interés económico. No se trata de otra cosa que de la “pela”. Con Franco las cosas les iban bien, tenían dinero de sobra y eran la región de España más rica con diferencia, gracias al esfuerzo de toda la Nación. El Caudillo les beneficiaba para tener contentos a los señoritos catalanes, con torre en Palamós o Masía en La Bisbal y el resto de españoles veíamos cómo las inversiones en infraustructuras e industria tenían casi siempre como destino la tierra a la que miles de españoles se vieron obligados a desplazarse. Y gracias a esos miles de españoles, Cataluña se mantuvo próspera hasta finales de la década de los 70. A partir de esos momentos, la crisis en el sector textil frenó el crecimiento de una tierra que con la desaceleración económica, plantó el germen del independentismo. Si no podemos seguir chupando la teta de la madre España, buscaremos nuestra propia teta. Y en esas están, porque sólo se trata de pasta. De dinero. De parné.

La pela es la pela, aunque quieran adornar la avaricia con jirones coloridos de una historia inventada y desde hace años bailan la sardana al compás de la letanía "Espanya ens roba-chanchanchán-Espanyaensroba (punta hacia adelante, paso largo, manos arriba)..."



Los refranes y dichos populares, tan sabios ellos, tienen uno muy apropiado para esta cuestión. “Dame pan y llámame perro” A mí se me ocurre “Dame pan y llámame catalán”.

Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

1 comentario:

  1. Querida Lagartija:
    ¡Que benévola eres para hablar de tus cuasipaisanos!
    ¡La pela es la pela!
    ¿Qué es la vida de un machaca, sino sudar pela a pela hasta asegurar la vida de los que están a tu cargo?
    ¡Dame pan y dime tonto! (Es como se dice en mi tierra).
    ¿Qué es la vida de una machaca, salvo soportar y reír las necedades del patrono para asegurarse el pan?
    Pero ninguna de esas dos figuras tiene nada que ver con lo que ahora está pasando en Cataluña, Lagartija, sino una lucha por la pela. No por la pela sudada –como hay que entender la del refrán- sino por el euro robado que unido a muchos millones más da lugar al latrocinio más despiadado que jamás haya ocurrido por estos lares.
    Acabo de hacer un comentario a un artículo de LO QUE NOS UNE (http://elparnasillo.blogspot.com.es/2015/09/evolucion-natural-del-nacionalismo.html ), donde ahondo un poco más sobre cómo veo yo la cuestión catalana, aunque me resisto a mantener ese nombre para este fenómeno, puesto que no parece tratarse de un enfrentamiento de los catalanes en contra de nadie, sino una maniobra de unos mafiosos que quieren definir su campo de actuación, aunque para eso hayan tenido que desarrollar una monstruosa campaña de desinformación y lavado de cerebro a quienes (¿involuntariamente?) se convierten en colaboradores necesarios.

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