La boda


Se levantó temprano, como cada sábado. A las seis de la mañana se dispuso a limpiar y ordenar la pequeña vivienda. Amaneció caluroso aquel día de septiembre. Con la casa adecentada, preparó chocolate para desayunar, como era costumbre en su familia.  Mientras se enfriaba, bajó a comprar docena y media de churros a la churrería situada enfrente de casa.

Desayunó en familia, y más tarde sus padres y sus tíos, que pasaban con ellos el fin de semana, salieron hacia la peluquería. Aquel día tenían una boda. Ella quedó recogiendo la cocina y limpiando las habitaciones que habían quedado vacías.

En la soledad de la casa se sentó junto a la ventana. Tras los visillos se divisaba el parque, vacío aún a esas horas. Sintió en el aire los sonidos de una ciudad que despierta y según clareaba el cielo, las calles se iban llenando de gente.

Tenía la sensación de que nunca el tiempo había transcurrido tan lentamente como aquel día. Miraba el reloj y cada minuto tardaba una eternidad; las agujas caían pesadamente sobre las cifras de aquel reloj de pared.

Con el paso de los años recuerda aquellos extraños momentos y se le antojan confusos. Sus familiares volvieron de la peluquería, y comenzaron, alborotados y alborozados, los preparativos para la ocasión.  Maquillajes, ornamentos, zapatos, accesorios...

Se recuerda sentada junto a la ventana contemplando una extraña escena de personas que iban y venían de una habitación a otra y se miraban y pronunciaban parabienes.

El parque junto a la casa se fue llenando de niños ruidosos, tanto como los familiares que corrían con prisas por su casa.  Todos parecían participar de un juego común, de una extraña ceremonia cuyas reglas le resultaban incomprensibles.

Llegado un momento determinado, el reloj de pared dio la señal y ella se levantó.  Fue a su dormitorio, se puso su vestido y salió al pasillo. La comitiva abandonó la casa y se encaminó hacia la iglesia.

Subiendo las escaleras de la Catedral, una de sus tías reparó en la ausencia de joyas en la joven. Le afeó la situación con la mirada y sin decir palabra se despojó de sus pendientes y se los puso a la muchacha.  ¿Dónde se ha visto una novia sin pendientes? Tras ese gesto, ella entró en el frío y oscuro templo, aquel caluroso día de septiembre.




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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