La despedida



Le encuentro sentado en el banco de siempre, a la sombra de un ciprés, esperando la hora de la visita.
-¿Qué tal está su señora, don Francisco? - le pregunto.
- Ya sabes, hija, "pabajo"- Bueno, como todos - trato de quitar hierro al momento.
- Pero ella está ya muy en el fondo.  Hace tiempo que ni siente ni padece.  Ni me mira cuando entro en la habitación, ni se remueve cuando la beso en la frente al marcharme. Como si ya nada existiera para ella. Como si yo no estuviera. - De repente, don Francisco me pareció mucho más viejo que el día anterior.
- ¿Y usted cómo se encuentra? Parece cansado hoy.
- Hoy no puedo tenerme casi de pie. Un vecino me ha acercado hasta aquí en su coche.
D. Francisco visita a su mujer a diario, dos veces al día, mañana y tarde. Día tras día, desde hace siete años. En este tiempo he comprobado cómo se encorbaba su cuerpo, cómo se enlentecían sus pasos, cómo se debilitaba su voz y mermaban sus fuerzas. Esta tarde parece faltarle incluso el aire.
- ¿Está enfermo? ¿Por qué no se ha quedado hoy en su casa?
Aparta sus ojos de los míos, se ajusta el sombrero, bajando su ancha ala para evitar el sol en el rostro y cuando sus 87 años de arrugas quedan ocultas de mi vista, dice con voz insegura -He venido a despedirme de ella.

Su respuesta me sorprende y me conmueve pero sé que debo callar. Debo dejar que el silencio facilite la confesión y callo. Tras unos incómodos segundos, prosigue.
- Esta mañana estuve en el médico, fui a por recetas.  Al ver mi estado, el doctor me examinó. Nos conoce a Berta y a mí desde hace muchos años. Me ha dicho que debo cambiar de vida. Que si sigo así no viviré ni tres meses más.  Me ha visto agotado, y lo estoy. 
 Don Francisco, un hombre de natural reservado y parco en palabras, ha tomado carrerilla y no deja de hablar. Parece necesitar oírse decir todo aquello para convencerse.
- Mira, -y ahora dirige por primera vez su vista hacia mí-, a mí no me asusta morirme. Es más, casi lo agradecería. Sólo quiero que sea rápido, no quiero morir como ella, y señala el edificio que tenemos detrás. No quiero terminar en un sitio así. Nunca. Jamás. De ningún modo. Antes me mato. No quiero esclavizar a mis hijos cuidándome, no quiero terminar postrado en una cama sin ver, sin sentir, sin entender. Y se lo he dicho al médico, que si me quedan tres meses, pues en paz. Lo que Dios quiera - y ahora alza la voz, como si le llegara repentinamente la fuerza desde adentro-. Pero lo que me ha hecho daño es que me ha dicho que si no me cuido puedo terminar como ella, justo lo que nunca querría. Dice el médico, y tiene razón, que le estoy dando a ella mi vida y ella se la está llevando, sin aprovecharla. Que mi sacrificio es baldío, que es amor y fuerza derramada, perdida.  Ella tira de mí y me va a a arrastrar en su caída, sin que yo pueda hacer nada para ayudarla, y que puedo pasar a ocupar de repente la cama que ella dejará vacía.
Hace un rato que tiene los ojos vidriosos y la voz quebrada. Yo también.
- ¿Entiendes lo que quiso decirme?
- Pues claro, don Francisco, está muy claro.
A su lado, en aquel banco a la sombra de un ciprés, le miro y le entiendo y ambos compartimos la emoción del momento.
- He decidido que quiero vivir un poco más, que si mi vida sirviera para ayudarla, la compartiría con ella. La vida que me queda se la daría si ella pudiera sacar algún beneficio. Si con mis ojos pudiera abrir los suyos y ver, se los daría. Si con mi voz volviera a hablar, se la daría, si con mis piernas volviera a caminar, se las daría. Pero nada puedo hacer para ayudarla. Nada. Quizás sólo dejarla marchar. Y eso es lo que voy a hacer. He venido a despedirme y desde mañana, esperaré mi momento en mi casa, en mi jardín, rodeado de mis flores, que las tengo muy olvidadas.
Se levanta, y me pregunta - ¿es ya la hora de visita, verdad?
- , -le respondo-, y le veo subir cansinamente la escalinata y me dice adiós con la mano, sin mirarme. No volveré a verle. No volverá a verla.



Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

2 comentarios:

  1. Estimada Pilar: me ha llenado de emoción este relato tuyo. Mis queridos Padres, con 95 años mi Padre y 94 mi Madre, van a celebrar, el 21 de Junio próximo, sus Bodas de Platino y de Brillantes (75 años de Matrimonio Canónico, que se dice pronto), y veo en su mirada que la Vida no perdona y van perdiendo, poco a poco, su ánimo y alegría de vivir... Un beso. José Manuel.

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    1. Es triste presenciar el declive de una vida, estimado amigo, sobre todo si se trata de un ser querido. Pero debemos quedarnos con el privilegio de haber estado a su lado, acompañándoles, amándoles y cuidando de sus necesidades. Un abrazo

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