La misión

Tres mujeres con una misión. Hablan, se escuchan, se comprenden y se compadecen, de si mismas y de las otras. Mujeres que a fuerza de verse a diario comparten su vida, lo bueno y lo malo, y se hablan como no pueden hacerlo fuera de esos muros, porque utilizan el desconocido código de las emociones. Hay misiones reservadas a las mujeres, misiones que precisan de una sensibilidad especial, de una dedicación abnegada. Más allá, otras mujeres con la mismo fin, con idéntica misión. Algún hombre también, pero menos. 

El sol entra, al fin, por las altas ventanas de la enorme galería. Ha sido un invierno duro, meses fríos en los que ha tocado despedir a demasiados amigos, por eso cuesta dejarse seducir por los rayos juguetones del sol. 

- Cuando todo acabe, no quiero vivir un minuto más. Ya he cumplido, asevera Emilia. 
- Nos merecemos un descanso, y ningún lugar mejor que el hoyo, confirma Lola. 

Las miro y me cuesta decir esas palabras, aunque esté de acuerdo con ellas. 

Hay personas que tienen una misión en la vida, hay personas que no.  Hay personas que sólo  - sólo - deben preocuparse de vivir, o de sobrevivir. Hay otras cuya misión es ayudar a otros a hacerlo, por eso carecen de horizontes para si mismas. Su vista se dirige al horizonte de otros y no pueden desviar los ojos del camino, porque su responsabilidad es guiar la andadura de alguien, mantenerlo vivo y acompañarle hasta el puerto al que todos nos encaminamos. 

Esas personas son como capitanes de un barco que zozobra; su tarea es evitar el naufragio y hacer que la travesía discurra lo más plácidamente posible.  Y al llegar al puerto - el último - en el que el buque descansará al fin, soltar sus propias amarras, levar el ancla y dejarse ir... 




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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