La invitación


Nos conocíamos de apenas diez minutos y me acababa de invitar a recorrer el mundo con ella. Sus ojos azules me sonreían, al tiempo que adornaban una tez extremadamente blanca en un cutis de terciopelo.

Al despedirnos, reparé en que no me había dicho su nombre pero ya sabía de ella todo lo importante. Francesa, de la región de Alsacia, trabajaba en Barcelona como profesora de francés y había pedido una licencia para recorrer el mundo. Una licencia para vivir, para disfrutar. Recién iniciada su ruta, llevaba dos días enSalamanca y por la tarde partiría hacia Ávila y en unos días el resto de Europa, Asia, América... Iba a guardar en su retina los lugares más bonitos del planeta, me confesó.

- Excusez-moi, Vous pouvez m'en prendre une photo? 
- Oui, madame. Bien sûr. 
- Je m'excuse de vous déranger... 
- Non, pas du tout! 

Sus primeras palabras sonaban en un francés delicioso, pero al ver mi disposición a ayudarla, me lo agradeció pasando a hablar en mi idioma. Hacía gala de un castellano formal, impecable, con la gracia de su de acento,  y me maravillaba oír en su boca cultismos ya en desuso.

Quería fotografiarse ante la Catedral, en el Puente Romano, junto al río... y durante unos pocos minutos tomé esas instantáneas, en las que ella era más importante que el paisaje en sí. Al finalizar se ofreció a intercambiar los papeles, pero decliné, lo que le resultó extraño. Me dijo que debíamos dejar constancia de nuestro paso por cada sitio.

Ella recorría el mundo con el único propósito de fotografiarse en cada lugar. A la largo de su vida, había visitado ya casi todos países del planeta, pero se había limitado a fotografiar paisajes y monumentos y ella no aparecía en las imágenes. Ahora quería corregirlo, quería llevar en su mochila la constancia de haber estado, de haber pasado. De haber vivido. Intuí que en su historia había mucho más de lo que compartía.

- ¿A qué se dedica usted?  - me preguntó
- Soy psicóloga. 
- Entonces, imaginará por qué necesito tener pruebas de todo... 
Tomé su mano y asentí. Hice un esfuerzo por contener la lágrima cautiva que amenazaba con escapárseme.

- Deje usted también constancia - me aconsejó. La Catedral no es importante si no está usted ante ella. Todo es importante en la medida en que es vivido y alguna vez quizás necesitaremos ayuda para recordar que lo hicimos. 
- Es usted muy sabía. Vous êtes très sage! 
- Venga conmigo a recorrer el mundo! - me ofreció con todo el entusiasmo que sólo manifiestan las personas bondadosas.
- Algún día tal vez, también recorra el mundo dejando constancia de mi paso,  pero por el momento no me es posible. 

Me despedí de ella, un poco más rica y un poco más sabia de lo que aquella mañana salí de casa.
La vi alejarse, sonriendo, y pensé con tristeza que a pesar de tener constancia de todo, cuando necesitara ver aquellas fotos para recordar, probablemente no sería capaz de reconocerse en ellas.








Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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