EL FARMACÉUTICO




Cerró la puerta tras de sí, con el corazón agitado y el cuerpo encendido. Parece mentira la de cosas que puede expresar el silencio, la de caricias que manan de una mirada. A veces, la piel tiene vida propia y se expresa y hace mucho tiempo que la piel de él y la de ella, se hablan. Ellos tratan de ignorar esa comunicación, pero la incomodidad que sienten el uno junto al otro les delata.

Esa mañana ella sabía que iban a encontrarse de nuevo, y no podía evitarlo. Había cerrado aquella puerta veinte años atrás, y abrirla de nuevo le estaba resultando tremendamente difícil. En aquella farmacia habían pasado muchas cosas, mientras ellos creían que no pasaba nada. Fue en su juventud y casi lo había olvidado ya, pero tanto tiempo después, al recibir el encargo de pasar por allí a recoger unos medicamentos, se iba a encontrar de nuevo con su pasado.

Les separaban demasiados años y tal vez por ello no ocurrió nada. Una diferencia que entonces parecía insalvable, ahora a ella le parecía irrelevante. Antonio casi le doblaba la edad y eso bastó para que ambos dejaran pasar algo que ondeaba entre ambos y a lo que no quisieron enfrentarse. Ella tenía veinte años y pasaba delante de la farmacia cada mañana, camino de la universidad y de regreso a casa. Antonio conocía sus horarios e intentaba que el paso de ella le pillara a él en la puerta del comercio y se saludaban. Un rápido cruce de miradas, una sonrisa aparentemente inocente y un breve saludo. Y así día tras de día hasta que ella acabó la carrera y se marchó del barrio. Nunca más volvieron a encontrarse. Hasta esa mañana.

Le costó decidirse a entrar. Desde la calle miraba al interior del establecimiento y aparentemente no había nadie. Ante la falta de clientes, el farmacéutico debía encontrarse en la trastienda. Imaginó que tal vez Antonio ya no se encontraba allí, aunque pudo comprobar por el letrero del comercio, que había pasado de empleado a propietario.

Debía entrar, era estúpido que un recuerdo tan antiguo supusiera para ella un freno de algún tipo. Además, se sentía estúpida pensando que él pudiera recordar algo que quizás sólo tuvo un significado especial para ella. Ilusiones de niña, fantasías de mujer, probablemente. Ella siempre tuvo demasiada imaginación. Quizás se cruzaba con él cada día camino de clase simplemente porque él salía a echar un pitillo. Y el sentido que ella creía adivinar en sus miradas, probablemente era figurado. A fin de cuentas él era un hombre maduro y de haber querido algo no se lo habría callado. La timidez sólo es propia de jovencitas inseguras como ella.

Veinte años después ella entró de nuevo en la farmacia. Al sonar el tintineo de la puerta al abrirse, una voz salió de la trastienda “ahora salgo” y el corazón de ella se aceleró. Tras su voz, la figura del farmacéutico dirigiéndose al mostrador. “Buenos días” y de repente de nuevo esa mirada sobre la suya y de repente se cruzan y de repente él la reconoce. Y calla. Ambos enmudecen y ella sabe de repente, también (la vida siempre ocurre de repente), que no fueron imaginaciones suyas.
-Hola Mercedes, cuánto tiempo -dijo en voz baja, sin dejar de mirarla y con la sorpresa marcada en su rostro. Un rostro algo más mayor, pero no mucho más que el de ella.
-Hola, Antonio. Sí, mucho tiempo -y ella comprendió que fue estúpido dar tanta importancia a la edad en aquel momento. Entonces era casi el doble, pero ahora apenas se notaba. A veces las distancias se acortan, se acortan…

Ambos supieron adivinar en el otro que algo ocurrió sin ocurrir, y que aquello significó para cada uno lo que el otro intuía. Y tal vez descubrieron que fue una estupidez no hacer caso a lo que la piel de cada uno trataba de explicarles.




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

2 comentarios:

  1. Una bella historia ... me ha encantado.
    Feliz noche

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, querido Enrique. Te agradezco que me leas y me animes a seguir. Un abrazo.

    ResponderEliminar