Un intercambio de tuits estos días acerca del tema del aborto, me ha decidido a escribir este artículo, sabiendo que lo que aquí planteo no será del agrado ni de unos ni de otros, me temo.
Comenzaré aclarando mi pensamiento entorno al tema del aborto: estoy en contra de interrumpir un embarazo, salvo los supuestos de peligro para la vida de la madre y graves malformaciones del feto. En este último caso me refiero a malformaciones que hagan inviable su vida fuera del útero materno, o que supongan una vida en la que el sufrimiento y la falta de consciencia vaya a ser lo habitual.
Fuera de esos dos supuestos, defiendo el derecho del embrión/feto a nacer.
Las proabortistas manejan con soltura eslóganes que aluden a derechos de la mujer (ese feminismo radical que tanto daño hace realmente a las mujeres), -"nosotras parimos, nosotras decidimos"-, que niegan la vida aún cuando ello vaya en contra de la ciencia y la biología más elemental o que en el peor de los casos niegan los derechos más elementales a sus propios hijos, las mujeres que reconocen que, efectivamente, allí, en su seno, se desarrolla una nueva vida.
Entre los argumentos que se manejan desde postulados proabortistas, el más manido es "nadie aborta por gusto", "abortar es una drama para la mujer". Bueno, aceptando esto último, debo reconocer que a lo largo de los años he visto cómo ese drama perdía dramatismo.
Cierto es que hace años lo era tanto para la mujer como para su entorno, pero conforme la ética y la estética de nuestra sociedad se ha relajado, el aborto es visto actualmente de un modo muy normalizado. Me temo que ha pasado de drama, a trámite burocrático. Valoro esta situación como la frivolización que está sufriendo gran parte de nuestra sociedad, conforme se van perdiendo valores por el camino de la modernización y la democracia.
Los proabortistas tuitean con vehemancia: "abortar es un drama"; sí, sobretodo para esos fetos que son descuartizados.
- Carmen, la niña -Lorena-, está embarazada de nuevo.
- Si ya me lo imaginaba... y lo malo es que sigo sin empleo, no puedo pagar el "quitárselo" y a la asistenta social me da vergüenza ir otra vez. Que me va a decir que los dineros del ayuntamiento no van a ser siempre para pagar los deslices de la Lorena.
Lorena -16 años-, vuelve a estar embarazada por tercera vez. En las otras dos ocasiones los servicios sociales del ayuntamiento pagaron los abortos de la niña, que se toma estos procedimientos como un "método anticonceptivo".
Es un caso real, un caso como otros que, a lo largo de mi vida profesional, he conocido y conoceré. Los que trabajamos con jóvenes sabemos que no utilizan métodos anticonceptivos, que no planifican ni se toman su vida sexual y sentimental con la seriedad y responsabilidad que debieran. No lo hacen por dejadez, por pereza, porque prefieren gastar el dinero en cubatas que en preservativos. Y, lo peor, porque no tienen miedo al embarazo no deseado, sabiendo que tienen a su alcance la píldora postcoital o el aborto, de tan fácil acceso en cualquier clínica privada.
Para muchos jóvenes, abortar no es más que quitarse de encima "un garbancito", como le llama Lorena. "El garbanzo negro", como dice su madre. Despersonalizando al embrión, nos enfrentamos a un problema diferente.
La frivolización de la vida, de la maternidad, de lo más sagrado, sin que pretenda dotar de un matiz religioso esta acepción. Me refiero a "sagrado" como sinónimo de valioso, de algo que está sobre el resto de cosas: el derecho a la vida de tu propio hijo. El derecho que tiene esa nueva vida a ser defendida por su propia madre.
Pero claro, si hablamos de garbanzos, nada de lo que aquí expongo tienen ningún sentido.
NOTA: No he sido capaz de ilustrar esta entrada con imágenes. Al buscar en google imágenes para este tema, he sentido náuseas, dolor y rabia.
Lagartija
Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es
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