Sobre el salón acristalado se desploma la noche y cientos de bombillas se encienden al tiempo que la pequeña orquesta inicia el vals.
Hay salones de baile en los que la alegría se desborda por los ojos y cristaliza en forma de gritos entusiastas y palmadas desacompasadas. Lugares en los que viven o se reúnen personas que nacieron con las cartas de la desdicha marcadas y en estos días celebran la navidad, la auténtica Navidad.
La noche se desploma sobre el salón acristalado. Cientos de bombillas se encienden cuando la pequeña orquesta comienza a tocar.
Con ayuda, el débil cuerpo de Ernesto consigue levantarse y mantenerse en pie apoyado sobre su mujer, el tiempo suficiente para concluir el vals. Un baile sin pasos, sin movimiento, apenas un leve giro de cintura y un reposar los ojos de él sobre los de ella. A veces tenemos compañeros de baile que guían nuestros pasos y otras, compañeros a los que sostenemos no sólo por la cintura, sino también por la vida misma y notamos su débil aliento en nuestra cara.
Los compañeros son atentos testigos de ese vals emocionado de una pareja que ya ha cumplido sus bodas de diamante. Una pareja en la que, a pesar de que él quebró, ella continúa viviendo, sufriendo, riendo, por los dos.
Al finalizar el vals, vuelven a sentarle en su silla y en los siguientes bailes, serán las ruedas las que sigan el compás de las melodías al tiempo que Ernesto ríe y cabecea.
Ernesto y su mujer bailaron anoche un vals, tal vez su último vals.
Muy bonito y, como siempre, muy enternecedor. Gracias por aprender de ti.
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