Ancianidad se llama el período de
desarrollo a partir de los 60 años. En esta etapa de la vida es mucho más lo
que vemos al mirar atrás que lo que intuimos al mirar hacia delante. Y lo peor
es que la desmemoria, en ocasiones, provoca que se pierda lo vivido, lo
atesorado a lo largo de toda una vida.
La ancianidad es un período de pérdidas: pérdidas
de contactos sociales y familiares, pérdida de trabajo, pérdidas económicas
ocasionadas por la jubilación, deterioro psicológico y físico, decremento en el
status cultural y social, etc. Toda esta situación puede llevar a una
autovaloración mermada, a una pérdida también de algo mucho más doloroso: la
autoestima y la sensación de auto eficacia de la persona.
Hasta
no hace mucho tiempo se consideraba a la persona mayor, como dotada de una
mayor sabiduría que el resto de personas, debido a todos los conocimientos
acumulados en su experiencia vital. Es frecuente la existencia de “consejos de
sabios, o de mayores” formados por las personas de mayor edad de un grupo, a
los que se recurre para pedir consejo, asesoramiento o mediación. Siguen
existiendo en grupos de poblaciones concretos, y hasta no hace mucho en el
mundo empresarial, pero de un tiempo a esta parte, se denigra el papel del
anciano en favor del joven, considerando que su fuerza puede compensar las
diferencias formativas y competenciales en comparación con las de la persona de
mayor edad.
Esa
nueva visión se ha hecho fuerte en las dos últimas décadas, con la aparición
de los JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados), las jubilaciones
anticipadas, etc. Los medios de comunicación y la economía tienen mucho que
ver, favoreciendo de un modo especial a esos nuevos consumidores que, con el
desarrollo económico, comienzan a ser valiosos para los diferentes lobbis.
Se
prescinde de gente sabia y valiosa en estamentos en los que precisamente han
llegado a un mayor nivel y donde más se podría rentabilizar su valor. Se jubila
a un científico, profesor, médico, juez, en el culmen de su sabiduría, cuando
probablemente más tengan que aportar. La
sociedad no es eficiente al administrar sus recursos humanos y es incapaz de
rentabilizar toda la inversión que realiza a lo largo de la vida de un
individuo, para dotarle de conocimientos y formación. Personas que muchas veces
son auténticos virtuosos en lo suyo dejan de tener interés para una sociedad
mercantilista y competitiva.
Y
es que nuestra sociedad ha caído en el “edadismo”, término acuñado por Robert
N. Butler, médico norteamericano que trabajó en el tema del
envejecimiento. El edadismo es una actitud social en forma de
discriminación hacia las personas por razón de su edad sobre la única base de
prejuicios y estereotipos. Estereotipos que la sociedad reproduce mediante
actitudes, lenguaje y expectativas discriminatorias para ese sector de la
población que ha cumplido ya los 60.
El
objetivo vital de todo ser humano, no sólo el de las personas de más edad, debe
ser el de envejecer de un modo activo y saludable y a partir de cierta edad,
cuando las pérdidas comienzan a ser importantes, llega el momento de
compensarlas, realizando nuevas adquisiciones (sociales, afectivas,
intelectuales). Compensar esas pérdidas llenando la vida de vida. Llegando
a la tercera edad, es preciso concienciarse de que aún queda mucho por
aprender, mucho por hacer, mucho que aportar, mucho que vivir.
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