Huyendo



Sandra creció llena de furia, furia que descargaba a base de puñetazos, fugas, hurtos  y conductas de las ahora llamadas “disruptivas”, aunque jamás hizo daño a nadie que no se lo hubiera hecho antes a ella. Desde muy pequeña se enfrentaba a la autoridad, le plantaba cara al mundo, desafiaba las leyes escritas y las no escritas. La consideraban una rebelde, pero sólo era una superviviente.

Se fugó por primera vez a la edad de 5 años. Se hartó de pasar las mañanas en la guardería del hospital Valle de Hebrón de Barcelona. Deambuló durante dos horas, sola, por los jardines próximos al hospital y la encontraron bajo un árbol, dormida. Entre sus brazos, un cómic de Mortadelo y Filemón que compró en un kiosko, con el dinero que sustrajo del bolso de la odiosa cuidadora de la guardería. Ni qué decir tiene que para su suerte no la readmitieron en aquel lugar.


Su etapa de estudios primarios culminó con un libro de escolaridad plagado de observaciones del tipo: “alumna con excelentes cualidades intelectuales que desaprovecha totalmente con su falta de interés por lo académico”, “alumna de extraordinaria inteligencia, cuyos intereses están lejos de lo habitual”. Cuando sus padres leían aquellas líneas escritas por la magistral caligrafía del tutor, no sabían si enorgullecerse o reprenderla.


Por el instituto también la vieron poco, aunque quienes bien la conocían a sus 14 años eran los revisores del tren al que frecuentemente subía sin billete. Solía pasar el trayecto huyendo de aquellos hombres que se acercaban a ella con el martilleante soniquete de la máquina taladradora con la que agujereaban los pasajes. A veces pasaba los 30 minutos de trayecto que la separaban del mar, escondida en el aseo de cualquier vagón.




No importaba la estación del año, su destino siempre era el mismo: el mar. A veces, tras pasar un par de horas sentada mirando las olas, en la playa o en el puerto, enfilaba por las Ramblas rumbo a Plaza de Cataluña, donde tomaba el tren de regreso a casa. Si alguna amiga le acompañaba en la huida, se aventuraba a pasear por el barrio chino o el barrio gótico, con la emoción de quien está haciendo algo prohibido. Entraban en tiendas en las que vendían largos vestidos de gasa, de vivos colores, y se los probaban. Compraba patchulí y esencias varias con las que impregnar su habitación con el olor de los sueños. Recorría librerías de viejo en las que encontraba preciados ejemplares de libros recubiertos de polvo e historias y pagaba por ellos gustosamente la totalidad de su exigua paga semanal. Fumaba cigarrillos More sentada en la entrada de la Catedral, y jugaba a exhalar el humo con formas diversas.

En su deambular por la zona más vital de Barcelona, Sandra gustaba de experimentar el placer de conocer personas variopintas. Un cantante argentino de tango, una echadora de cartas, un marino italiano, una puta... con cualquier persona diferente entablaba conversación y sentía que la verdadera sabiduría estaba en el interior de personas a las que nadie escuchaba.


Pero su pasión era el mar, siempre el mar. Sentada en el muelle del puerto, con las piernas colgando sobre las sucias aguas, ver la ida y venida de las golondrinas*, siempre repletas de ruidosos turistas. En ocasiones, al terminar el día, era invitada a subir gratis por el patrón, conmovido por la mirada de aquella niña, mirada de lobo de mar, como en alguna ocasión le dijo uno de ellos. Y navegando soñaba que la brisa del mar la empujaba lejos a lomos de las olas y sentía que la fuerza de esas olas era la que necesitaba para enfrentarse a diario a su vida.


Sandra vivió en diferentes lugares y en cada uno de ellos volvió a escapar, al menos una vez. En San Sebastián, en Madrid… en cualquier lugar sentía la necesidad de marcharse sigilosamente, cerrando la puerta tras de sí para impedir que la buscaran. Si el mar estaba cerca, ese era su destino; si no lo estaba, se perdía en cualquier librería.

Ahora, que es mayor y no puede huir, se escapa hacia el silencio de su propia habitación, en una huida hacia dentro de si misma, lugar donde sólo ella es capaz de encontrarse.


*Barcos turísticos que recorren el puerto de Barcelona y el litoral cercano



Una bella canción para enriquecer el relato






Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

1 comentario:

  1. Solo puedo decir; magnifica narración; excelente relato, de una triste vivencia.
    Gracias por este magnifico blog para el aprendizaje...

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