Tras conocer el dramático suceso acaecido ayer en el que un niño de 13 años mató a un profesor e hirió a otras personas en un instituto catalán, rápidamente mi teclado se pone a esbozar mis impresiones sobre el tema:
Detecto cierta prisa por calificar esto como un caso aislado. Con qué celeridad se diagnostica un brote psicótico, un grave trastorno mental en un menor. Así el mal queda reducido, sitiado, controlado, como un enemigo que andaba suelto y que finalmente hemos podido reducir. Cualquier otra etiqueta resultaría inquietante. Desconozco el fondo, y puede que se trate de un caso de psicosis infantil, pero es preciso decir la verdad, y es que para matar no es necesario estar "loco".
Escuché esta mañana a una especialista en salud mental afirmar que no existen estudios que demuestren una relación causa efecto entre estar expuestos a modelos violentos (en la tele, la consola o internet) y conductas violentas en los menores. Y parece que tras esa afirmación sentó cátedra y todos respiraron tranquilos. No seamos pazguatos, yo no necesito que ningún estudio científico me diga lo que mi sentido común sabe de sobra, que hay cosas que son negativas en si mismas y que incluso resulta un derroche que alguna universidad reciba fondos para demostrar científicamente que lo bueno es bueno y lo malo es malo.
Es un hecho aislado, cierto, pero no son tan aislados los casos de menores que a diario transmiten la sensación, con su actitud, su lenguaje o sus actos, de estar a punto de hacer algo así. No son casos aislados las amenazas, las agresiones a iguales y a profesores. No son ya por desgracia excepcionales las situaciones de violencia en las aulas, más allá del acoso escolar. Y la situación se agrava curso a curso. Escuchar de boca de un niño de esa edad "un día voy a venir con una escopeta y os voy a matar a todos" ya no es, por desgracia, una situación impensable, sobretodo cuando decubres el plan escrito en una arrugada hoja, con faltas de ortografía.
Los profesionales participamos en foros, en seminarios, congresos y jornadas en las que se estudia la violencia en las aulas desde un enfoque interdisciplinar. Y siempre existe la "recomendación" desde la administración educativa, de no sembrar la alarma, y así lo hacen los "especialistas" que imparten lecciones magistrales sin haber pisado jamás un instituto de secundaria, y así lo hacen también docentes sumisos que aspiran a ocupar puestos diversos, de asesores o inspectores, o miembros de equipos directivos, empeñados en dar una buena imagen de sus centros, obviando cualquier dato que pueda empañarla.
Pero quienes estamos a diario al pie del cañón rechazamos el baño de eufemismos que tratan de disfrazar la realidad. Bien está la mediación, la educación para la paz y la resolución pacífica de conflictos, pero esas estrategias son estériles a la hora de afrontar los cada vez más numerosos casos de violencia injustificada (aunque toda violencia lo sea)
Las señales de alarma. Un niño cualquiera que viste ropa militar, que pasa demasiado tiempo solo, que colecciona armas, que es adicto a serie de zombis o juegos de guerra, puede pasar de la imaginación a la acción en un momento. Una mente infantil no tiene aún capacidad crítica ni un juicio formado que le permita discernir el bien del mal ni predecir el alcance de sus actos. Si estas conductas resultan inquietantes en alguien de más edad, en un niño hacen temer que pasar a la acción pueda ser solo cuestión de tiempo u oportunidad.
No me cuadra el diagnóstico de episodio psicótico, porque los numerosos alumnos que a diario insultan y amenazan de muerte, incluso esgrimiendo todo tipo de rudimentarias armas blancas en las aulas, no son alumnos con psicosis, afección casi improbable a esa edad. Son alumnos macarras, predelincuentes algunos, con trastornos conducta y de personalidad el resto, pero no enfermos. Desde los centros escolares, cada vez son más numerosas las derivaciones a servicios de salud mental infanto juvenil. Hace mucho que los docentes no sumisos, que los docentes que no temen represalias administrativas por contar en público la realidad, venimos avisando a la sociedad. Algo muy serio está ocurriendo, y todos deberíamos ponernos manos a la obra para que esto cambie.
Pero no necesariamente ese cambio vendrá de la mano de un cambio en la legislación. Las penas a aplicar en cada caso no van a impedir que esto suceda. Muchachos capaces de llegar a tal desorden conductual, son insensibles al valor coercitivo de ninguna medida punitiva. No sé si es preciso o no una modificación de la ley del menor, lo que sí tengo claro es que esos cambios afectarán sólo al después, no al antes. De lo que se trata es de no llegar al momento de aplicar ninguna ley, ninguna pena. Se trata de prevenir, porque creo que se puede.
Nuestros niños y jóvenes necesitan más que nunca de unas pautas educativas correctas, que primen valores y esfuerzo. Los niños necesitan de unos padres presentes en el hogar, que hablen con ellos, que supervisen sus tiempos de ocio y que controlen lo que hacen y con quien lo hacen. Padres que no teman castigar, corregir, dirigir. Padres que no teman tampoco amar, abrazar, besar. Padres reales, no virtuales.
Las señales de alarma. Un niño cualquiera que viste ropa militar, que pasa demasiado tiempo solo, que colecciona armas, que es adicto a serie de zombis o juegos de guerra, puede pasar de la imaginación a la acción en un momento. Una mente infantil no tiene aún capacidad crítica ni un juicio formado que le permita discernir el bien del mal ni predecir el alcance de sus actos. Si estas conductas resultan inquietantes en alguien de más edad, en un niño hacen temer que pasar a la acción pueda ser solo cuestión de tiempo u oportunidad.
No me cuadra el diagnóstico de episodio psicótico, porque los numerosos alumnos que a diario insultan y amenazan de muerte, incluso esgrimiendo todo tipo de rudimentarias armas blancas en las aulas, no son alumnos con psicosis, afección casi improbable a esa edad. Son alumnos macarras, predelincuentes algunos, con trastornos conducta y de personalidad el resto, pero no enfermos. Desde los centros escolares, cada vez son más numerosas las derivaciones a servicios de salud mental infanto juvenil. Hace mucho que los docentes no sumisos, que los docentes que no temen represalias administrativas por contar en público la realidad, venimos avisando a la sociedad. Algo muy serio está ocurriendo, y todos deberíamos ponernos manos a la obra para que esto cambie.
Pero no necesariamente ese cambio vendrá de la mano de un cambio en la legislación. Las penas a aplicar en cada caso no van a impedir que esto suceda. Muchachos capaces de llegar a tal desorden conductual, son insensibles al valor coercitivo de ninguna medida punitiva. No sé si es preciso o no una modificación de la ley del menor, lo que sí tengo claro es que esos cambios afectarán sólo al después, no al antes. De lo que se trata es de no llegar al momento de aplicar ninguna ley, ninguna pena. Se trata de prevenir, porque creo que se puede.
Nuestros niños y jóvenes necesitan más que nunca de unas pautas educativas correctas, que primen valores y esfuerzo. Los niños necesitan de unos padres presentes en el hogar, que hablen con ellos, que supervisen sus tiempos de ocio y que controlen lo que hacen y con quien lo hacen. Padres que no teman castigar, corregir, dirigir. Padres que no teman tampoco amar, abrazar, besar. Padres reales, no virtuales.
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