Habitaciones con vistas



Marta se asoma a la ventana cada media hora. No espera a nadie en especial, o tal vez sí. Nadie lo sabe, ni siquiera ella. Vuelve su vista hacia la pequeña habitación. Sobre la cama un par de peluches enormes, que cada noche disputan con ella los 80 cm de lecho. Las desnudas paredes son de un impersonal color verde, que Marta detesta. Una mesilla con su Ipad, su teléfono móvil y una caja de pañuelos de papel, por si se precisan, cosa que suele ocurrir frecuentemente.

Un par de ventanas más allá, se puede ver a Jaime haciendo solitarios en la mesa sobre la que se derrama todo el sol de la tarde. A veces alza la vista y la lanza lejos, sin detenerla en lugar alguno. Quizás en algún espacio oculto de su imaginación. Hace solitarios hasta bien entrada la noche, hasta que su cuerpo le recuerda que no debe hacer esfuerzos, pero Jaime necesita llevar su vida hasta el límite, probar sus fuerzas, medir su aliento.

Entre Marta y Jaime, Onofre. Un octogenario que pasa el día tumbado sobre la cama, en pijama. No se tapa jamás porque disfruta sintiendo en su enjuto cuerpo el calor de ese sol que se cuela en su habitación por la ventana. Todo lo que Onofre desea está tras esa ventana. El sol, el viento, el campo, el pueblo. La vida. Tumbado en su cama imagina todo ello mientras recibe cada mañana el abrazo del sol y cada noche el beso de la luna. Los únicos besos y abrazos que puede disfrutar ya.

Marta se asoma a su ventana y al hacerlo, se asoma a la vida. A las vistas que la vida le ofrece, a lo que ella imagina que será su vida en el futuro. Que sería, de tener un futuro. Marta se asoma a la esperanza y se imagina mayor, adulta, anciana. Casada, soltera, con hijos, empresaria, aventurera. Feliz. Viva. Esas son las vistas que Marta disfruta desde su ventana.

Jaime levanta la vista y divisa un cielo azul, tremendamente azul, del mismo color que el mar. Y se imagina su futuro –si lo tuviera-, viviendo cerca del mar y sentado cada tarde en una terraza, jugando a las cartas con sus amigos –si los tuviera- y siendo feliz –si la felicidad existiera-

Onofre cierra los ojos pero no duerme, sueña. Ha vivido mucho y está agradecido por ello y se imagina dejándose llevar a la deriva sobre los rayos del sol, que le atrapan y deslizan su cuerpo a través de la ventana. Esa ventana que es una frontera simbólica entre la vida y la muerte. Tras la ventana, la vida. Ventanas con vistas, vistas al futuro, a la esperanza, en la planta de oncología.



Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario