Pasión y muerte

El padre Ezequiel oficia la misa de Jueves Santo. De un modo solemne, tal como acostumbra, desgrana el simbolismo de la liturgia, como lleva haciendo cincuenta años.
La última cena de los que ya no volverán a reunirse porque uno faltará para siempre. El lavatorio de pies, máxima expresión de la humildad del hombre...  Ora y eleva sus brazos y repite automáticamente los rezos en retahíla...  Pasión y Muerte.

Y al acabar, cambia sus ropas de representante de Dios, a simple hombre. El padre Ezequiel saluda brevemente y se despide sin mirar a sus fieles. No es un hombre humilde, gentil ni generoso. Cincuenta años de ministerio divino no han hecho mella en su frío corazón y se marcha del lugar dejando tras de si la auténtica pasión y muerte. La de Jesús ocurrió hace demasiado tiempo y si recordarla no nos hace humanos, carece de sentido tanta ceremonia.

El padre Ezequiel vive muy pendiente de Jesús (tal vez sólo de si mismo) y muy alejado de los hombres. De esos hombres y mujeres que llevan su propia cruz a cuestas en el hospital del que es capellán. Qué lejos Ezequiel del Jesús que se arrodilla ante sus hermanos y asea sus pies. Qué lejos de quien ofrece agua a quien ya no puede con la carga, de quien consuela, de  quien acompaña... Sale del edificio sin visitar a quienes transitan ahora mismo por su propia pasión, y que probablemente no lleguen al domingo de resurrección. No sé si la habrá para todos, pero sí sé que no todos la merecen. He conocido las mejores personas entre quienes entregan su vida a Dios, pero las peores personas que he conocido, también estaban entre ellas. Maldito seas.



Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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