No sé como se llama, pero llevo viéndola a diario treinta años. Debe tener aproximadamente mi edad, por lo que puede decirse que hemos envejecido juntas. Treinta años atrás ella era una mujer hermosa y parecía más joven que yo. Llamativa, con el pelo corto, rubio, y una preciosa piel bronceada. Ojos claros y un cuerpo que sin ser perfecto, llamaba la atención. Pechos prominentes, cadera escasa, y unas piernas torneadas que subían hacia los musculosos muslos que se adivinaban bajo el corte lateral de la falda siempre entreabierta.
Era la puta más solicitada del Barrio Chino. La dueña de la esquina, junto al ultramarinos. Calle arriba se paseaban o acodaban otras mujeres, putas también, a los que sólo entraban los clientes cuando la de la esquina no estaba. Y si no estaba, era porque estaba trabajando. Nunca la he echado en falta en su sitio, ningún día del año. Y solía verla allí a cualquiera que fuera la hora en la que pasara por el lugar. Mañana, tarde, o noche. Ella, en la esquina de la calle. Perenne, como las plantas más vivaces, como los árboles más longevos.
Treinta años más tarde, sigo viéndola, en la misma esquina, pero no es el mismo escenario. Las viejas casas han sido sustituidas por lujosos apartamentos. La empedrada calle luce ahora de un modo impersonal y el ultramarinos cerró hace muchos años. Junto a la mujer, - la puta-, un letrero de "Se alquila" El local, no ella.
Ahora parezco yo más joven, incluso más bella. Ella envejeció muchos más de 30, en estos treinta años. Pelo corto, ralo, amarillento. Sus prominentes pechos han desaparecido y su cadera, antes escasa, ha ensanchado y no parece capaz de sostener sus débiles muslos. Sigue apostada, quieta, junto a la pared. Todo el tiempo, todos los días, todas las horas. Ya no falta del lugar, nadie la reclama, a pesar de ser ya la única puta del desaparecido Barrio Chino.
Los escenarios de nuestra vida cambian, mejoran, al contrario de lo que nos ocurre a los seres humanos. Cuando ello ya no esté - ni yo-, el lugar seguirá allí, viendo el discurrir de los caminantes.
Me duele pensar que, a pesar de haber vivido tan próximas estos 30 años, desnocozco el nombre de esta mujer y, lo que es peor, ella misma parece haberlo olvidado. Desde su esquina, mira a la pared de enfrente, y así permanece demasiado tiempo. Ignoro si su mente viaja a los años en los que entraba y salía del edificio, siempre riendo, siempre acompañada. Hoy parece sola, perdida, anciana.
Quién sabe si no parecemos todos solos, perdidos y ancianos, en algún momento de nuestra vida.
Magnífica historia, Lagartija ... me ha encantado. La escena, el escenario, me resulta cuasi familiar.
ResponderEliminarFeliz viernes
Con permiso ... hice el reblog: https://etf1949.wordpress.com/2017/08/04/la-puta-del-barrio-chino-cavilaciones-de-lagartija/
ResponderEliminarMuchas gracias, querido Enrique. Es una historia real, veo a esa mujer a diario. Gracias por visitarme. Un beso
ResponderEliminarTe agradezco el reblog :)
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