Otros mundos

Su mundo mide diez metros cuadrados.  El mundo que se intuye tras la ventana, sin embargo, debe ser algo más grande. Está encerrado en su habitación, cumpliendo condena.  No es consciente de culpa o delito alguno, al menos no en este mundo. Abre sus ojos caducos y mueve la cabeza, imaginando que aún puede ver.  Su cuerpo exhausto yace inmóvil. Vive preso de su sistema inmunitario y no puede ser tocado, acariciado o besado porque en su piel habitan múltiples enemigos. Por suerte no puede ver a quienes le cuidan, enfundados en sus monstruosos trajes verdes, y cubiertas sus caras por máscaras azules.

Hay gente que cumple condena.  Condena eterna.  Desde siempre, para siempre. Cadena perpetua para inocentes.

Así malviven niños, adultos, ancianos, cautivos en un mundo que no pueden entender, ver, oír, conocer, prisioneros en habitaciones sin rejas, en habitaciones verdes con puertas cerradas. Mundos paralelos, inframundos, de los que la mayoría de la gente desconoce su existencia. Ignoro si hay otros mundos después de este, pero sí sé que hay otros mundos en este que habitamos. Para algunos es el mismo cielo, para otros un terrible infierno. Cielo e infierno no están allí, están aquí.

Desde su habitación de diez metros cuadrados se empeña, sin embargo, en creer en el más allá, como si éste no fuera suficiente, y reza para que haya otra vida después de esta vida. O vida, al fin, después de esta muerte. 

La mujer de verde que le cuida le describe el mundo que se intuye a través de la ventana.  El niño que yace en la cama la escucha y sueña. Sueña con otro mundo sin paredes, sin puertas cerradas ni ventanas.  Sin batas verdes ni camas. Sin agujas, sondas o máquinas. Sueña.



Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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