Una noche interminable





-Desde aquí se oye al Eroski ese, ¿lo oyes hija?

-Orozco, mamá. El que canta es Antonio Orozco.


La madre suelta una carcajada -Ya lo sé, mujer. Era para hacerte una gracia. -La hija sonríe y mira a su madre con ternura.


A veces sonreímos de pura tristeza. Hay sonrisas más tristes que la lágrima más triste.


Se hace el silencio en la pequeña estancia. A esas horas de la noche quedan ya pocos pacientes esperando ser atendidos. Pasa lentamente el tiempo y Auxi acaricia la mano de su madre, no sé si consolando o buscando consuelo.


-Ya verás como hemos venido para nada, mamá.


-Siempre dices lo mismo. "Para nada, para nada" Al final no voy a tener nada - ríe la madre-, al final es un simple caso de alopecia, tendría gracia jajajaja -y mira a su hija buscando el efecto que sus palabras hayan podido causarle pero en esta ocasión su risa no encuentra eco.

-Mamá, no bromees con estas cosas.


Auxi mira el rostro de su madre, tan poco parecida a la mujer que fue, hinchada por el tratamiento. Admira que sea capaz de lucir su cabeza calva sin complejos, cuando cualquier mujer de su edad usaría pañuelo o peluca para disimular los estragos del cáncer.

En la camilla del fondo, un anciano se agita y trata de quitarse la mascarilla. Me levanto e intento que se tranquilice "schhhh, abuelo, tranquilo". Me mira con ojos de miedo y le acaricio la cabeza como si fuera un niño en plena pesadilla. No sé qué pasará por su cabeza, pero debe ser terrorífico. Tira de la sabana hacia arriba, intentando taparse la cabeza y al notar que los pies quedan descubiertos, patalea. Le tapo, pero vuelve a empezar.

Una auxiliar se asoma desde el pasillo, -es que está solo, no tiene acompañante -informa, al tiempo que sigue su camino sin entrar a la sala.

-Qué vergüenza, -exclama otra compañante. -Deberían tener personal auxiliar para casos así.

Sí, qué vergüenza y qué tristeza...

Las horas pasan y la madrugada se apodera de todos nosotros. El silencio se rompe únicamente con el sonido del móvil de la joven que a mi izquierda, comparte un mundo imaginario en las redes sociales. Ha fotografiado sus pies y los acaba de mostrar al mundo a través de Instagram. Imagino el mensaje "aquí, de fiesta, con mis super taconazos", mientras espera que atiendan a su familiar.

El anciano, que finalmente parecía dormido, vuelve a agitarse. Con una fuerza inusitada se sienta en la camilla y nos mira a todos, aterrorizado. Nos señala y grita. Me acerco a tranquilizarle y mientras intento que se tumbe, una celadora desde el pasillo, le grita "como siga portándose así, tendremos que amarrarle, y eso no le va a gustar" y se marcha.

Le ha amenazado como si este hombre ausente fuera capaz de comprender el mundo que le rodea. Ese mundo al que pretenden "amarrarle" a la fuerza.

-Cómo me habría gustado ir al concierto del Eroski ese, ¡coño! -y la madre moribunda expresa de este modo lo que todos hemos pensado a lo largo de esa interminable noche.

Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

2 comentarios:

  1. Cruel, muy cruel, Lagartija. Magnífica fotografía de una cruel realidad.

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  2. Por desgracia, la realidad aquella noche interminable era aún más cruel... Gracias, querido Enrique

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