Hoy ha sido día de entrega de notas en mi instituto y he
vuelto a ver a mis alumnos. Se les veía relajados, sonrientes, morenos,
dicharacheros. Incluso mostraban cierta
tendencia al relajo en los modales con propensión al acercamiento al
adulto/profesor, más allá de lo acostumbrado. Es posible que el hecho de que
aún no haya dado comienzo el curso les haga sentirse por encima de las
invisibles pero tácitas barreras alumno/profesor. Tuteo, familiaridad, mano al hombro,
incluso besos; conductas y actitudes que, a partir del día 13 de septiembre,
inicio de las clases, no deberán volver a repetirse.
Y sumado al tema de la actitud, el problema de la imagen de los jóvenes, de mis alumnos. Y digo
problema porque en los últimos tiempos es un tema recurrente en salas de
profesores, juntas de evaluación, reuniones de coordinación. En los últimos
años se ha abierto de un modo extraordinario el abanico de ejemplos en el modo
de vestir, que causan cierta controversia en los centros educativos:
- - La decoración corporal: tatuajes, piercings, maquillajes extremos, peinados extravagantes, …
- - La decoración en la vestimenta: sombreros, gorros, ropa con lemas de todo tipo, botas militares con clavos, ….
- - La exhibición con propósito erótico: mostrar el tanga, la ropa interior, grandes escotes con exuberancias debidas al estratégico wanderbra, ....
Periódicamente procede renovar el Reglamento de Régimen
Interior de los centros educativos y adaptarlo a la normativa y a nuevos usos y
costumbres. Y cada vez que llegó el momento, surgió la incertidumbre: ¿debemos
regular el modo de vestir de nuestros alumnos? ¿debemos fijar unos límites
cuando pretenden destacar su pertenencia a una tribu, su ideología, su apertura
moral?
El debate siempre es tenso; cuesta admitir públicamente que
uno se siente incómodo cuando se cruza por el pasillo con alguien que en la
calle le produciría miedo. Incómodo admitir que si eres varón te perturba la
alumna que se acerca a ti provocativa, mostrando más de lo que la decencia
admite.
El debate termina politizándose, como todo en nuestro
sistema educativo, y si te muestras partidario de regular, de prohibir, de
sancionar, terminas siendo acusado de reprimido, intolerante, inquisidor o de facha. Es tomado como un ataque
a la libertad individual del ser humano (con aspavientos y términos
grandilocuentes) por aquellos que se posicionan de un modo tajante y sectario a
la izquierda del sistema político y a la izquierda de las convenciones sociales
y morales. En público, claro está, porque en privado y en la cafetería del
instituto son capaces de admitir que “Lorena viste como una puta que va
pidiendo guerra”
Y no es sólo la vestimenta como conducta explícita, sino que cierta vestimenta extrema conlleva actitudes y comportamientos también extremos, desde la violencia más o menos directa contra otros, ya sean iguales o adultos, hasta las relaciones eróticas y/o sexuales de distinto grado. Y ocurre delante de nuestros ojos, en las aulas, en los pasillos, en el patio.
Todo esto afecta de un modo claro y evidente al clima de convivencia en los centros educativos. Si toleramos en el centro aquello que nunca permitiríamos en casa a nuestros hijos, estamos cometiendo un error de tal magnitud, que nunca nos repondremos de sus consecuencias. Y ya las estamos padeciendo.
Te acompaño en el sentimiento...
ResponderEliminarQué? jajajajajaja, bueno, curioso comentario. Gracias, supongo :-))
ResponderEliminarRecuerdo una anécdota de cuando iba al instituto.
ResponderEliminarUn día, no recuerdo muy bien por qué razón, una profesora me soltó una bofetada en clase. Yo, avergonzado ante todos mis compañeros, se lo conté a mi padre que, presto, se acercó a la mañana siguiente al instituto. Tras hablar con la profesora y explicarle esta el motivo del guantazo, mi padre mi miró y, rápido como Rocky, me soltó otra yoya en la mejilla opuesta.
Ahí acabó todo.
El problema, hoy en día, viene parido desde la propia casa del alumno. Dices que aquello que no se hace en casa no debería copiarse en el instituto... pero el problema es que lo que se hace en el instituto es lo que se mama en casa.
Igual que George, te acompaño en el sentimiento.
Un abrazo.
Sí, totalmente de acuerdo. Si contáramos con la cooperación de las familias, pero es que muchas veces sus criterios están bastante alejados de los nuestros. Por desgracia, en la actualidad estamos enfrentados y es triste, ya que el objetivo de las familias y el nuestro es el mismo: educar y formar a los jóvenes. No se debe dar una bofetada a nadie, pero si ello ocurriera, ese padre iría hoy en día al profesor y le soltaría, no una sino dos. Y no preguntaría siquiera.
ResponderEliminarUn saludo :-)
En la enseñanza están los que dan el callo y los ociosamente ocupados. Tú está claro que das el callo. Lo fácil es ir de guai y no corregir a los alumnos ni ponerles normas. Lo difícil es ir contra corriente, y como tú tienes razón toda esa fauna de vagos mediocres con la que tienes la desgracia de compartir docencia, pues te acusan de facha. Cuando un a mediocre con título le cuestionas los mantras que le han inculcado (no saben pensar, o es más cómodo no hacerlo) su defensa es decirte: eres facha. Al final, esos guais no son respetados por los alumnos, porque ellos no son tontos y se dan cuenta quién se preocupa de verdad por ellos o no. Al final te AGRADECERÁN QUE LES DES PUNTOS DE REFERENCIA.
ResponderEliminarÁNIMO Y SIGUE TU INSTINTO. BUT DON'T OVERWORK YORSELF! (NO TE PASES TRABAJANDO)
Tienes razón, esos guais no son respetados por los alumnos, en absoluto. Yo me enorgullezco de ser respetada y en algunos casos querida por mis alumnos. Sin normas no hay educación ni formación. Si se fijan las normas desde el primer momento, y todos saben a qué atenerse, el clima del grupo es más favorable. No suelo tener enfrentamientos con mis alumnos, porque saben que las normas no son caprichosas, sino que favorecen la convivencia. Y lo agradecen, terminan por reconocer que en clase del profe guay hay indisciplina y eso les perjudica a ellos más que a nadie. Lo malo es que yo no permita entrar a mi aula con gorra, chanclas o el pantalón caído, por poner un ejemplo, y otro compañero sí. Si no somos capaces de llegar a esos acuerdos, cómo vamos a ponernos de acuerdo en otros de mayor relevancia! Y los que pierden, como siempre, son los alumnos. Un abrazo, Vicente
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