Mambrú se fue a la guerra

Le recogió, como cada día, a las cinco de la tarde. La cuidadora le dijo que durmió una larga siesta y que merendó sin problemas. La esperaba en el recibidor, en su silla de paseo y al verla se agitó con alegría, balbuceando. Ella le besó en la frente, le puso un gorro de lana para que no se enfriara, y salió a la calle, empujando el cochecito.
             
Pasearon calle arriba, calle abajo, siempre por la acera soleada. En ocasiones él se agitaba en su silla y ella le pasaba su mano por la mejilla, tranquilizadora, al tiempo que le canturreaba su canción favorita. "Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor qué pena..."

Hacía una buena tarde y Lucía decidió acercarse con Francisco hasta el parque, lleno de niños recién salidos de la escuela. La algarabía infantil inundaba de música el espacio y Francisco golpeaba la silla con sus pies, feliz. Era capaz de quedarse extasiado mirando el vaivén de los columpios, derecha-izquierda-derecha-izquierda. Seguía el movimiento oscilante con su cabeza, esa cabeza inmadura, infantil, que observaba con ojos curiosos todo lo que le rodeaba, pasando alternativamente de la risa al llanto cuando algo novedoso ocurría a su alrededor.

Al cabo de una hora, Lucía llevó a Francisco de vuelta a su hogar. Amorosamente le desvistió, le puso el pijama, el pañal, y le acostó. El se quedó tranquilo entre sus sábanas blancas de algodón, mirando el techo, cansado tras un largo día repleto de actividades. Ella encendió la radio de la mesilla y puso música, bajita, como a él le gustaba oírla, y así pasaría el resto de la tarde, hasta la cena. Tras dejarle dormido, Lucía regresaba cada día a su casa, tras dejar un beso en su frente y un "sueña con los angelitos". Regresaba con el corazón repleto de amor y los ojos inundados de lágrimas. Un día tras otro.

Cincuenta años atrás, la escena era bien deferente. Francisco arropaba cada noche a su querida hija Lucía, y le canturreaba "Mambrú se fue a la guerra..." hasta que ella se quedaba dormida "... qué dolor, qué dolor, qué pena"





Poema de Esteban González Pons. A MI PADRE




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

6 comentarios:

  1. Lo inefable de la vejez y la muerte da un tinte trágico a este relato que encierra una profunda amargura. Sin embargo, nada hay más previsible ni más seguro que ellas.
    ¿Te imaginas el hastío de una vida eterna?

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    1. Querido amigo, el hastío de una vida eterna frente a la angustia de la certeza de nuestra marcha... no me gusta ninguna de esas ideas.

      Un abrazo

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  2. Hola lagartija, acabo de descubrir tu blog y me ha encantado. Creo que es porque soy tan políticamente incorrecto como tu.
    Enhorabuena y sigue asi, ya tienes un seguidor más.
    Un saludo desde Córdoba, España

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    1. Hola, Chesco. Muchas gracias por tu amabilidad y por comentar. Encantada de conocerte.

      Un saludo!

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  3. ...doloroso...pero precioso...gracias Lagartija.

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    1. Gracias a ti, querido Basi. Me alegra que te haya gustado...
      Vuelve cuando quieras :-)

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