Españolito que vienes al mundo...

Mi abuela me cantaba canciones en un idioma desconocido. Sonaban melodiosas, tiernas, acariciadoras, como todas las melodías que nacen en el corazón de una abuela. También mi abuelo hablaba un idioma que yo no entendía, pero sus canarios sí. Se dirigía a ellos con palabras extrañas y silbidos y estos le respondían. También yo le respondía cuando hacía el esfuerzo de hacerse entender en mi lengua, el castellano.
Incluso mi padre, en esos períodos vacacionales que pasábamos en casa de mis abuelos, se dirigía a ellos en un idioma totalmente ininteligible para mí: el vascuence.

Mi madre y yo éramos las únicas que no participábamos de esas tertulias a varias bandas en las que padre, abuelos y tíos, utilizaban esa lengua sonora, demasiado rotunda para unos oídos acostumbrados a alternar la belleza del castellano con la cadencia del catalán.

En la calle era mayor aún el énfasis de mi familia paterna por el uso de un idioma que, en teoría, estaba prohibido por el régimen de Franco. Era mayor el miedo al terrorista que al franquista. Existía en aquellos tiempos, como sigue existiendo ahora, tantos años después, la necesidad de autoproclamarse vasco, para alejarse de la diana simbólica en cuyo centro estaban las caras de todos los españoles.

Aquella tarde, de los años 70, mi abuela me hizo recitar una y otra vez las palabras en vascuence que debía responder al sacerdote de la parroquia, al ir a comulgar. Rentería, años 70... con eso está todo dicho. Tras escuchar la larga homilía de la que no entendí ni una sola palabra, en todo caso la alusión al aita (padre), me dirigí a comulgar, acompañada de mi abuela. Al recibir en mi mano la ostia, olvidé de repente la letanía que mi abuela me hizo repetir aquella tarde, y sólo alcancé a balbucear un "Amén", como acostumbraba a responder en mi parroquia barcelonesa y al pronunciar esas palabras y observar el rostro del sacerdote, temí haber ofendido gravemente a aquel dios extranjero para mí.

Mi querida tierra vascongada, muertos mis abuelos y mi padre, ya nadie habla en mi casa ese idioma desconocido. La tierra, el gentilicio y el idioma mutaron su nombre con el tiempo, Euskadi, euskera, euskaldún. Vascongadas, vascuence, vascos.

El idioma, siempre el idioma, en nuestra querida España. Tantos idiomas, en un país, que en lugar de unir, han sido utiliados para debilitar el sentimiento de nación, para levantar barricadas frente al compatriota, para intentar preservar la vida del que la siente amenazada.

Las dos Españas de Machado: la roja y la azul; la nacionalista y la españolista; la que tiene lengua propia y la que no.

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios...





Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario