LA VALENTÍA DE ENRIQUE

"Ya hemos terminado los exámenes de este trimestre, pero tenéis la posibilidad de mejorar vuestra nota, antes de la evaluación. Es algo voluntario, pero quien lo desee puede preparar un trabajo sobre algunos de los aspectos abordados en los cuatro últimos temas, y exponerlo al grupo en una presentación en la pizarra digital, tras la que habrá un tiempo de debate en el que todos podrán efectuar preguntas" dije al grupo.

Mis veinticinco alumnos de Bachillerato, de la asignatura de Psicología, se miraron entre ellos. La mayoría eran buenos estudiantes y por regla general les gustaban las actividades complementarias en las que existía la posibilidad de subir nota, aunque aquella les resultaba inquietante. A esas edades, las exposiciones públicas suponen un reto y pocos suelen aceptarlo. Finalmente, siete de ellos levantaron la mano, animándose a aceptar mi oferta, seis chicas y un chico. Los temas sobre los que podrían trabajar eran: Sexualidad, Comunicación y Lenguaje, Atención y Memoria y Psicopatología.

Llegado el día, dio comienzo el turno de exposiciones. Las dos primeras chicas en intervenir habían decidido abordar, dentro del tema de Sexualidad, las Parafilias. Una elección arriesgada y valiente ante la que intuí un debate polémico, que finalmente no fue tal ya que nadie se atrevió a efectuar pregunta alguna. Las siguientes alumnas abordaron el TDAH (Trastorno por déficit de Atención e Hiperactividad), los trastornos de la memoria, los retrasos del habla y del lenguaje, los trastornos de la personalidad y los trastornos del estado del ánimo.

Cuando llegó el turno de Enrique, el único varón que tuvo la valentía de presentarse voluntario, me inquieté. Sabía la especial dificultad que aquella prueba iba a tener para él, pero también conocía su arrojo y su afán de superación. Para sus compañeros era un chico introvertido, el más tímido que habían conocido jamás, aparte de ser un cerebrito, con una memoria privilegiada y unos resultados académicos brillantes. Un chico solitario que sólo pensaba en sus estudios. Para mí, Enrique era más cosas...

Subió al estrado y abrió su presentación: "El Síndrome de Asperger" Me estremecí. Su intervención fue impecable y todos les escucharon expectantes. El interés del grupo iba en aumento a medida que Enrique avanzaba en su exposición. Jamás les había visto tan atentos y motivados; alguno incluso contenía el aliento ante algunas de las informaciones que Enrique iba desgranando. Cuando finalizó, pregunté al grupo: "¿alguien quiere hacer alguna pregunta?"
Tras un breve silencio, María levantó la mano y se dirigió a Enrique: "¿conoces a alguien que tenga Asperger?" 
Entonces fui yo quien contuvo el aliento. Enrique me miró y después miró a María, tamborileó con sus dedos sobre la mesa, como acostumbraba a hacer cuando algo le resultaba especialmente difícil y respondió lo que todos imaginaban. Jamás presencié un acto de valentía como aquel.

Con su exposición y su respuesta "Yo soy aspie", Enrique derribó en un momento todas las barreras invisibles que los años habían levantado. Las barreras relacionales propias de su trastorno persistirán, pero las barreras del desconocimiento y la desinformación, las derribó de un plumazo con una simple frase.




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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