Se me mueren los personajes. Escribo sobre vidas que caminan sobre cuerdas trenzadas de malabarista y quien las camina lo hace torpemente.
Se me mueren las historias, las vivencias, las emociones, las
alegrías y las penas. Se me mueren...
Intento retenerlas y apenas las atrapo en el tintero se me
escurren entre las púas del pincel con el que las dibujo. Son historias que
vivo muy de cerca; no son relatos ajenos, escuchados o inventados. Son vidas
que me rozan según pasan, que me susurran para que sea yo su voz o su palabra.
Personas que me miran con su mirada vacía de sentido, pero llena aún de vida;
con su mente ausente pero con sus manos ligeras y prestas aún para tocar y ser
tocadas. Y lo hago, las toco con las mías y me empapo de esas historias
silenciosas que intuyo, de esos recuerdos que ayudo a evocar. Recupero vidas
antes de que se apaguen para siempre y las plasmo para que se fijen en la
memoria pétrea del papel digital. De este modo esos silencios se hacen un
poquito más sonoros y esas ausencias se llenan de contenido, antes de perderse para
siempre.
Escribo de personas que viven en realidad al filo de la vida, más allá
de la vida misma, casi al otro lado de la conciencia, de la conciencia propia y
de la conciencia de todos. Olvidados o apartados, según como se mire, y al
escribir sobre ellos, de ellos, les acerco a nosotros unos breves instantes, justo antes
de que se marchen para siempre. Por eso, se me mueren los personajes, y mis
escritos tienen vida, pero poca. La vida justa para ser leída cada historia y
comenzar a olvidarla...
No os olvido, Ernesto, Clarita, Carlos, Fermina, Maruja, Rosa... alguna vez, en algún lugar, nos encontraremos...
A mi también se me han ido algunos de mis personajes, unos de una forma y otros de otra.
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