En un mundo cada vez más preocupado por el medio ambiente,
la salud, los estilos de vida saludables, la alimentación sin aditivos, la
contaminación del aire, las tierras, las aguas… qué poco se habla de la
toxicidad en las relaciones humanas.
Existen estilos de comunicación sucios,
relaciones insalubles, personas tóxicas. Lo malo es, que lejos de mostrarnos
sensibles a esas circunstancias, las admitimos e incorporamos a nuestros
repertorios vitales, cada vez con más ahínco.
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La
sinceridad. Es el ejemplo más claro de cómo una virtud se transmuta en
vicio, en acto macabro. “Hija, te estás
poniendo como una foca. Espero que no te moleste, es que yo soy muy sincera, ya
lo sabes”.
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El ensimismamiento.
El otrora considerado estado mental hipoatencional se ha convertido en una de
las características básicas de gran parte de las personas que me rodean. Esta
característica se evidencia en un lenguaje incapaz de salir de la primera
persona del singular “yo, mi, me, conmigo…”
Ensimismada es aquella persona que aturde a los demás con relatos en los que es
protagonista y cualquier guión nace y muere en ella. Es a la vez exposición, nudo y desenlace “Yo
nací, me amaron, conmigo la vida es bella, mi idea de la existencia es, mis
puntos de vista son, yo opino que” Convierten la comunicación en ponencia y
esperan, al término de su intervención, el aplauso agradecido del auditorio. Lo
malo es que lo logran.
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El “y yo
más”. Las personas y-yo-más son
altamente tóxicas y peligrosas, porque con cada aseveración le niegan al otro
su propia realidad, su pasado, sus emociones. Ningunean tu dolor hasta lograr
silenciarte y tras hacerlo te dejan sumido en la frustración. Con sus
interrupciones castran con un golpe certero de sus lenguas afiladas, el derecho
del otro a expresarse, a compartir, a ser escuchado.
o
“Me siento
mal, ayer fulanito me insultó y...”
o
“Bah, a mí
me insultan todos los días, ¿no te has enterado?, espera, que te cuente…” y te lo cuentan con profusión de detalles,
para terminar “bueno, pues venga, me voy,
que llego tarde. Mañana, si eso, te sigo contando…”
-
El adivino.
Es esa persona que muestra durante la comunicación, poderes sobrenaturales y
son capaces de adivinar lo que tratas de explicar. Completan tus frases para
evitarte el tedioso trámite de explicar lo que te ocurre y aprovecha, de ese
modo, para darse paso a sí misma, desviando en su favor el centro de atención.
o
“A veces me siento como si yo…”
o
“Te sientes como si tú no fueras ya la misma de
antes, ¿verdad? A mí me ocurre lo mismo, sobre todo desde que mi marido…”
bla-bla-bla
El adivino, en realidad carece de poderes y mete la pata una y otra vez
con sus clarividencias, aunque jamás se percata de ello, ya que nunca contrasta
si lo que predijo se ajustaba a la realidad. Esas frases que interrumpe en el
otro, quedan colgadas del vacío, en la boca de su interlocutor, y van cayendo
al suelo, letra a letra.
Existen
otros tipos de toxicidad social que serán abordados en próximos artículos. No
obstante, estos ejemplos son los más frecuentes y los que más ardor de estómago
y corazón me causan.
Gracias otra vez. MSM
ResponderEliminar¿Otra vez?
EliminarGracias a ti por leerme, MSM
Un saludo