Quinita, la hija madre.

Quinita empuja la silla de ruedas de su madre, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, por el largo pasillo de la residencia, tan largo como la vida de gran parte de quienes habitan en sus centenarios pabellones.

La hija no habla, pero con su mudez persistente, acompaña los días de su madre. Esa madre que no la perdió jamás de vista, que la vio crecer asida a su mano, ambas manos -madre e hija- entrelazadas desde el primer día. Una madre intuye antes que nadie que un hijo es más desvalido que otro, que una vida es más vulnerable que el resto y antes de que nadie confirme sus sospechas, ya ha desplegado sus alas para abrazar con ellas al hijo que más la necesita. Cualquier desvelo es poco, cualquier aliento insuficiente cuando otra vida depende tanto de la tuya propia.

Quinita no caminó sola jamás, no se aventuró titubeante por camino alguno sin la presencia de su madre. Su madre siempre a su vera, para acallar lamentos, para secar lágrimas, para infundir fortaleza cuando la debilidad arreciaba. Madre valerosa, madre infatigable, madre siempre presente, hasta que un día comenzó a marcharse de un modo apenas perceptible. Y antes de que nadie más lo sospechara, Quinita intuyó que algo nuevo ocurría. Esa madre que un día soltó la mano entrelazada de su hija, que otro no la despertó con una sonrisa, que una noche no la arropó en su cama, que comenzó a caminar tras ella, no a su lado, hasta que dejó de hacerlo para terminar finalmente olvidando su nombre y un día de repente no reconoció a su propia hija en el cuerpo grande de esa niña chica.

Pero un buen hijo no deja jamás de amar a un padre, a una madre. Una buena hija no permite que su madre se desoriente, que se sienta sola, que sea incapaz de abrochar su ropa y peinar sus cabellos. Una buena hija camina a la par de su madre, presta a sostenerla si es preciso, con sus fuerzas, con su aliento. Con su amor.

Y Quinita empuja la silla de ruedas de su madre y le devuelve sin saberlo, cada día, cada momento, todos y cada uno de sus desvelos. Madre-hija ahora, cuidada por su hija-madre.





Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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