Manuel

A veces, los conocidos de toda la vida dejan de conocerte. A veces, la gente cambia de tal modo que hasta la memoria les cambia. La memoria, y la actitud también.

Manuel pasa las vacaciones de Semana Santa en el  mismo hotel desde hace muchos años. Durante esos días él y su mujer intercambian miradas adustas y palabras demasiado altas. Su relación navega del silencio a la amargura y sus hijos han heredado el resquemor paterno. Manuel y su mujer son personas atractivas, de mediana edad, a las que su fracaso matrimonial convierte en viejos anticipados. Ni su dinero ni su éxito profesional son capaces de embellecer su apariencia, porque cuando el espíritu se apena nada exterior puede alegrarte. Empresarios de éxito, incapaces de disfrutar del amor, de la salud, de la familia, del dinero, perdida la paz entre reproches y palabras lacerantes. 

Compartir con ellos mesa, charlas, copas, era en ocasiones un ejercicio de alto riesgo, pues en el envite de los reproches en ocasiones se escapan palabras que causan víctimas colaterales. Por eso, lo habitual era verlos solos, a los cuatro, a Manuel, su mujer Amaia y a sus hijos adolescentes. En silencio, en el mejor de los casos.

Cada año imaginaba que al siguiente no volverían y cuando hace unos días me crucé con Manuel en el hotel y tras mirarme pasó de largo, sin saludar, me sobresalté. Me miró sin reconocerme, pero yo no he cambiado. Me quedé mirando cómo se alejaba y descubrí que de repente era un hombre diferente. Un hombre mucho más joven y atractivo que el que yo había conocido. Estoy segura de que no es que me ignorara, simplemente no me reconoció y no es porque yo hubiera cambiado. Era su propio cambio el que le imposibilitaba reconocer vestigios de su pasado. Supuse que tal vez las cosas entre él y Amaia habían mejorado, y salí a la terraza, en su búsqueda, para saludarla.

Enseguida entendí por qué este Manuel ya no era aquel Manuel. Le vi coger por la cintura a una chica con la mitad de años que él, una chica alegre, guapa, sexy. Una chica que le miraba provocativamente y arrancaba de él las risas que yo jamás le escuché. Se unieron a un grupo de parejas tan jóvenes como ella y encontré explicación a la nueva apariencia de Manuel. El corte de pelo, la perilla, el color chillón de sus pantalones, su polo de marca, su bandolera, eran las ayudas que utilizaba para aproximarse a la edad de sus nuevos amigos.

Le he visto feliz estos días; le he oído reír, le he visto brindar, bromear, seducir. Ignoro si tal vez Amaia habrá pasado por un cambio similar, si disfrutará a su vez de una nueva relación o permanecerá en su casa, enfrentándose al abandono y la soledad.




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario