Desde hace tiempo, quienes nos dedicamos a la tarea de educar a niños y jóvenes, dedicamos gran parte de nuestros esfuerzos para que aprendan a utilizar las TIC de un modo responsable y a navegar por esos mares de la RED con seguridad.
Alertamos de los riesgos y mostramos estrategias para prevenir posibles males y para actuar ante ellos. En muchos casos podemos afirmar que nuestros niños y jóvenes actúan ya con sensatez y responsabilidad en su vida digital/virtual; han aprendido a privatizar perfiles, a actuar con precaución desde sus cuentas, a no fiarse de desconocidos, a cuidar su identidad digital sin mancharla con actos inconscientes... en definitiva, a no cruzar sin mirar por esas autopistas de la información por las que discurren en algunos casos bólidos descontrolados capaces de llevarse por delante a cualquiera.
Pero observamos, tras toda esta labor formativa, que mientras los jóvenes hacen lo posible por estar seguros, conscientes ya de los peligros que acechan, son curiosamente sus progenitores quienes les ponen en riesgo. Es posible que muchos adultos no sepan -y otros no terminan de creérselo-, que actualmente los delincuentes acceden a la RED en busca de víctimas potenciales, y es en ese contexto en el que se producen en mayor medida los contactos agresor/víctima.
Nuestro mayor miedo con respecto a los menores, es la legión de pedófilos y pederastas y debemos saber que estos se pasan el día asomados a la pantalla a la espera de ver pasar a nuestros hijos y ya podemos decir a los menores que no paseen solos por lugares públicos, si luego somos los adultos los primeros en exhibirlos sin precaución alguna.
Veo a diario a padres que publican y comparten orgullosamente imágenes de sus hijos en diversas situaciones: dormidos, bañándose, jugando, haciendo deporte, saliendo o entrando a la escuela... Padres que hacen pública la vida y rutinas de sus hijos: a qué colegio van, cuáles son sus horarios, dónde pasan el tiempo de ocio, cuándo están en casa y cuándo no. Niños y niñas en ocasiones en ropa de baño, o mirando con gracia a la cámara... circunstancias familiares y personales inocentes que adoptan un matiz diferente a los ojos de una persona malvada o depravada.
Imaginen la situación: llamo a la puerta de la casa de una familia desconocida, y les pido que me muestren su álbum de fotos familiar. ¿Lo harían? ¿Me dejarían acceder libremente a esa parte de su intimidad? Rotundamente no, pero sin embargo sí comparten sin ninguna cortapisa ese álbum de imágenes familiares con los desconocidos que rondan sus perfiles en forma de followers.
Al publicar libremente las imágenes de sus hijos, esos padres pueden estar dañando la intimidad de sus hijos y su derecho a la privacidad y al honor. No están velando, desde luego, por el prestigio y la identidad digital de sus vástagos. Sin ir más allá ni anticipar otros daños mayores, debemos tener en cuenta que algún día nuestros hijos pueden reprocharnos haber hecho pública su vida.
Esos menores pueden morirse de la vergüenza al ser conscientes de que sus padres publicaron sus rabietas, sus bailes desacompasados, sus caídas y llantos y no será posible reparar el daño únicamente elimiando la imágenes publicadas, ya que perdemos absolutamente el control de las mismas en el momento que pulsamos el botón de compartir.
Pero ese posible daño resulta banal comparado con otro tipo de peligros, uno de los cuales es el morphing. Esta práctica, realizada por pervertidos sexuales con fines comerciales, consiste en realizar un montaje fotográfico cuyo resultado final sea una imagen pornográfica de un menor para ser distribuida en los sucios canales de pedofilia. Eso sin hablar de la no imposible situación en que un ciberdelincuente llegue por casualidad a la imagen de un hijo suyo, lector, o mío y se encapriche de él.
No le resultará muy difícil el acercamiento si la vida de ese menor está publicada en forma de texto y además el delincuente es capaz de descifrar los metadatos de las imágenes publicada y es capaz de rastrear las IP desde las que se comparten. Con el rastreador apropiado, el pedófilo podrá llegar hasta el domicilio de ese niño o joven y llamar a la puerta de su casa, o esperarle en la calle o aparecer en la pantalla de su móvil.
Los padres están transmitiendo a sus hijos mensajes contradictorios. Les dicen que no publiquen imágenes al tiempo que las publican ellos mismos. Si no hay consistencia en los consejos y en los actos, la educación es como el agua que se derrama de un vaso que cae. De nada sirve que nuestros hijos adopten todo tipo de medidas, si los adultos no son consecuentes con lo que predican. Resulta absurdo decirle a un joven que no publique su imagen ni siquiera en su avatar, si después los padres van a inundar sus cuentas personales con una profusión de imágenes de ese mismo joven.
Y no me importa que los adultos tengan sus cuentas privatizadas y sólo compartan con amigos y familiares. Nadie está del todo protegido cuando alguien está al acecho... Nadie.
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