Cincuenta y dos, 52 atardeceres. Cincuenta y dos noches, cincuenta y dos mañanas. Día a día, el sol despuntaba con la sutil amenaza. Rojos, bravíos, hirientes, los primeros soles. Llegaban los días con ansia de vivirlo todo de golpe. Plateados y tornasolados los soles siguientes, que caían desmayados sobre el horizonte.
Avanzó el estío y llegaron las nubes a cubrir de silencio la mañana y el día a veces lloraba y con la lluvia anticipaba el dolor.
Y un día de agosto, de repente llegó el invierno. Amaneció un enero repentino y precipitó el frío que se cernió sobre tu piel y sobre la mía.
No llegará un nuevo atardecer...
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