Una tarde cualquiera

El sol de la tarde me acaricia a través de los visillos. Los árboles del jardín se yerguen altivos, mientras las ramas ceden sus fuerzas al embiste del viento. Ante mí el largo pasillo por el que día tras día paseo cada una de mis horas, con sus correspondientes minutos. Tracy Chapman suena en mis oídos y canta lamentos con una voz rota pero terriblemente sonora. La tarde apenas comieza y estoy tan cansada que podría dormir durante horas. La música me inunda y me dejo llevar, como si me arrastrara la marea del mar.

De repente, una mujer me rescata de un atisbo de melancolía en el que estaba a punto de sucumbir.
- "No dejes que me mate" -, susurra. Está cerca de mí y su débil voz reverbera en la silenciosa estancia.- "No dejes que me mate"
Apago la música y me acerco, y al oír mis pasos alza la voz y repite su súplica, cada vez más agitada. Al detenerme ante ella levanta sus ojos y los deposita en los míos y me mira con tanta intensidad que duele. "No dejes que me mate" y su soniquete vacilante de repente emana temor. Se tapa el rostro con sus manos temblorosas para no ver, no oír, no sentir ni sufrir.

Me agacho ante ella y tomo sus manos, sin retirar de mis ojos los suyos, que han quedado en los míos detenidos. Tiene la piel tan fina que temo cuartearla con mis dedos y las acaricio al tiempo que le digo, bajito, "No voy a dejar que te mate" y aprieto un poco sus manos para pasar a través de su piel, mi fuerza. "No dejes que me mate" y mira más allá de mis ojos, a ese lugar irreal en el que habitan sus miedos, sus demonios, esos a los que es incapaz de vencer, perdida como está en un laberinto en el que trata de esconderse.

"No voy a dejar que te mate" repito, y su cuerpo parece relajarse, ese cuerpo que ha cumplido dos veces los años que tengo yo, pero que busca la protección que su mente infantil necesita y yo, dispuesta a matar sus miedos, le digo con mis ojos y mis manos, que soy invencible, y ella, a mi lado, también lo es. Porque juntas, con su inocencia y mi fuerza, somos poderosas. Deja de temblar, retira sus ojos de los míos, suelta mis manos, y enmudece.

Me siento de nuevo junto a la ventana y busco el abrazo del sol.




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario