Descubrió muy pronto que escribir era el único modo de sobrevivir, de mantenerse cuerda en un mundo hostil. Su vida estuvo siempre desincronizada y llena de vacíos. Cuando tocaba jugar, fue adulta y no se dio cuenta de que algo faltaba, por eso cuando fue adulta necesitó jugar.
Tomó muy pronto el lápiz entre sus dedos y dibujó, y con la pluma también en ellos trazó palabras con las que llenar los vacíos y conjurar el dolor. Dibujaba paisajes áridos y escribía relatos sin sentido a los que años más tarde encontró significado.
Todo lo que hacemos lo hacemos por algo y hasta el gesto o la palabra más extraños pueden ser traducidos en emoción.
Vivió a destiempo, desordenadamente, como si la vida fuera un viaje por países muy extraños y en cada etapa quienes la rodeaban hablasen idiomas diferentes.
Tuvo miedo, aún lo tiene, y conjura sus demonios a la luz de la vela bajo la que escribe cada noche y cada frase que su inspiración le dicta, es el sortilegio que le permite seguir con vida.
Lagartija
Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es
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