El niño se hizo mayor y la burbuja se quedó pequeña y resultó un lugar insuficiente para sus crecientes necesidades. Trasladaron al joven lejos de su hogar y su padre enloqueció al no poder soportar tanto dolor. La madre se quedó en silencio y no hubo más sonido en aquella casa que el de la hermana que entraba y salía.
Aquel niño siguió en su burbuja y llegó un momento en que fue incapaz de seguir jugando, de seguir moviéndose, de seguir luchando, y necesitó que alguien lo hiciera por él. Aquel hombre niño moría poco a poco de una rara enfermedad y alguien decidió penetrar en su burbuja y quedarse a vivir con él. Juntos, lucharían contra las diminutas bacterias que habían colonizado su organismo. Y allí habitan, aislados del mundo, pero rodeados de todo lo que necesitan y que no es otra cosa que el uno al otro.
Desde su cama, oye a su hermana moverse, hablar, cantar. A veces, juntan sus manos y ríen, haciéndose cosquillas en los dedos a través del látex que protege al uno del otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario