La niña Isabel



La niña Isabel pasa las tardes deambulando por los jardines que rodean el viejo edificio. Entre las rosaledas y los caminos de piedra pasea su tristeza. No hay montañas cerca como las de su añorada tierra. Ni siquiera los árboles cuya sombras la cobijan, se parecen a los altos, vivaces y frondosos árboles de su Galicia natal.

Siete años son muy pocos para alejar a una niña de su casa, de su tierra, de su familia. La niña Isabel sintió demasiado pronto el desgarro que produce cortar el cordón umbilical de forma prematura. A veces, las decisiones que toman quienes tienen en sus manos el bienestar ajeno, son tan erróneas como trágicas. Alguien decidió que la pequeña tendría mejor futuro, formación y oportunidades, lejos de la pequeña aldea donde crecía despreocupada, feliz y sobre todo, amada.

En aquella época de su lejana infancia, las tierras del mediterráneo ofrecían un futuro mejor, y aquel futuro prometido condicionó su presente y el resto de su vida.

El internado, regido por una congregación de monjas, se convirtió en un lugar helador y hostil. Entre aquellas paredes centenarias, a la niña Isabel le arrebataron la alegría y la infancia. Mujeres vestidas de blanco tiñeron de gris su estancia en aquel lugar. Ella se defendía a golpe de recuerdos, y su breve pasado se convirtió en su aliado. Un niño es incapaz de comprender las decisiones de los adultos, más aún si resultan tan dramaticas.

Lloró todo lo que un infante puede llorar, sintiéndose sola, desprotegida y abandonada, aunque terminó comprendiendo que los motivos para aquel alejamiento fueron la preocupación y el amor. A mil kilómetros de distancia, sus padres extrañaban a la pequeña y su madre sentía en su corazón el mismo desgarro que ella.

Cada tarde paseaba sola por el jardín, ajena a las miradas de quienes siempre sintió extraño, y se resguardaba entre los arboles, para dejar salir la pena a borbotones.

Muchos años después, aquella niña no ha sido capaz de sanar su herida, y sigue llorando a escondidas. Se esconde en el corazón de Isabel, la mujer en que se convirtió. Todos tenemos un niño dentro, el niño que fuimos y que nos recuerda continuamente nuestro pasado. Algunas personas son habitadas por niños felices, otras por niños heridosporque las heridas de la infancia no sanan jamás.

Isabel habita en el lugar del que jamás debieron apartarla, y entre los vivaces y frondosos arboles de su tierra, en ocasiones se esconde para dejar que la niña Isabel de rienda suelta a su pena.


Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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