No solo hay esperanza: hay certeza de que los españoles lo conseguiremos.

Foto cortesía de Antonio Novo

Escribió hace unos días un compañero de #RED, Vicente Jiménez, un post que merece la pena leer.

Recomiendo, por supuesto, su lectura completa. De momento, aquí solo quiero destacar algunas de las cosas que dice:

Vicente parte de la base de que "Somos una generación y una especie afortunada. Hemos descubierto un método eficaz y provechoso de llegar al conocimiento. Hemos tomado consciencia de nosotros mismos. Nos relacionamos con otros de la misma especie. También hemos descubierto un método de gobernarnos cuyo objetivo no es enriquecernos ni agotar los recursos del planeta sino conseguir la felicidad. Y cuando hablamos de método nos referimos a método: no a filosofías que se pierden en la especulación, el populismo o las utopías irrealizables sino a hipótesis que grandes sabios postularon y se comprobaron empíricamente" 

Como dice, el camino para cumplir dicho objetivo: Conseguir la felicidad, está siendo muy difícil. Muchos métodos de organizar nuestras sociedades se han perdido por el camino "porque se trataba de simples utopías o porque pretendían formas equivocadas o poco justas de organizar las sociedades". 

De algún método de éstos aún queda algún resquicio que algunos se empeñan en resucitar. Lo bueno es que "No necesitamos a ningún mesías con peluquín a imponernos su salvación postiza porque ya sabemos salvarnos nosotros solitos. Por eso somos afortunados: porque sabemos cómo hacerlo. El camino no solo está pensado sino comprobado en la práctica.  Hay que corregir errores por las variables extrañas que han intervenido a causa de grupos de presión, financieras, etc; pero existen factores de corrección que proporcionarían no las personas sino el sistema". 

Por lo tanto, hay ESPERANZA. Hay esperanza de poner fin a la corrupción, a la desinformación, a las tarjetas negras, a las mafias. Hay esperanza de trabajo, buena educación, de que se premie el esfuerzo, de democracia y justicia.

"La democracia, tal como apuntaba Tocqueville, es un proceso inevitable y además ese estadio no sería el último".  

Hay esperanza porque tras muchos fracasos, la democracia llegará al punto al que tiene que llegar para ser lo que tiene que ser. En el camino, la democracia "sufrirá y ha sufrido mutaciones que la mejorarán como ocurre con los seres vivos; y así lo decía Tocqueville antes de que Darwin llegase a publicar nada. Dos genios que supieron tomar e interpretar datos. Dos genios que vieron con los ojos de un genio aquello que los demás somos incapaces de ver aunque lo tengamos delante". 
"Cuando el pueblo español conozca qué es la democracia formal no habrá poder ni fuerza en este mundo que pueda arrebatársela". 

Vicente termina su relato diciendo que "la democracia formal es imparable porque ya tenemos esa unidad y es el humilde distrito electoral; pequeño, con un representante surgido por mayoría absoluta, a doble vuelta si fuese necesario, para proponer las leyes de parte de los ciudadanos de ese distrito. Un representante que estará presente por nosotros y que puede ser sustituido fulminantemente en caso de deslealtad. A partir de ahí se monta el edificio de la democracia formal. Imponente. Bello. Impresionante. Esperanzador. Inevitable..."
La edad de la inocencia: aquellos años perdidos Fotografía de Antonio Novo Medinilla (@novomedinilla)

Foto cortesía de  Antonio Novo E scribió hace unos días un compañero de #RED, Vicente Jiménez , un  post  que merece la pena leer . ...

Personas incompletas

Cuando Toño marchó de casa se llevó a Toñito con él, ese hijo que tanto se le parecía y que era a la vez tan distinto de Jesusa, la hermana gemela que nació incompleta. Desde el nacimiento de los niños, en el corazón de Toño se fue abriendo una brecha en la medida en que descubría, cómo la niña carecía de todo lo que a su hermano parecía sobrarle, como si el niño absorbiera la inteligencia, los movimientos, el habla y las risas que el destino les había dado para que se los repartieran.
Incapaz de perdonar a su mujer lo que él consideraba que había sido culpa suya, un amanecer huyó de casa con todo lo que de valor en ella había, monedas, documentos, fotografías, y el hijo varón. 
El destino, que tarde o temprano salda deudas con sus acreedores, le hizo comprender a Toño que ese hijo habilidoso en comparación con su gemela, era en realidad otro niño incapaz, al compararlo con otros de su edad. Toñín creció entre las burlas de sus compañeros y el desprecio de su propio padre, que terminó asumiendo que si las carencias de Jesusa eran culpa de la madre, las de su hijo debían por fuerza ser culpa de él.

El tiempo, no obstante, fue benévolo con aquel hijo de entendimiento incompleto, que terminó casando con una muchacha igual que él. Ambas familias pactaron un matrimonio que fue, más que sacramento, mera convivencia. La suerte quiso que ninguno de ellos sintiera quemazón en sus entrañas y jamás compartieron cama en la que hubieran podido gestar un nuevo error.
Pasaron los años y con la vejez, incapaces ambos ya de gestionar sus vidas, fueron llevados a un asilo en el que la mujer de Toñín falleció a los pocos meses. El niño incompleto, anciano ya, se hizo amigo de una mujer, con la que paseaba por el soleado patio por las mañanas y jugaba al dominó por las tardes. Ella apenas hablaba y era él quien llenaba de palabras, bromas, risas y canciones, el tiempo de ambos. En sus paseos se fueron aproximando cada vez más el uno al otro hasta que terminaron caminando de la mano. Y de la mano pasaron su primer verano y llegó, poco a poco, el invierno, entre las risas de él y las miradas cómplices de ella.

En la noche de fin de año, mientras tomaban juntos las uvas, ella se atrevió, al fin, a decirle su nombre, la única palabra que, ocasionalmente, salía de su boca. La pronunció muy bajito, de un modo apenas audible y él respondió "¡Jesusa, bonito nombre. Rima con pelusa!" Y se echó a reir mientras ella le miraba, en silencio. Hombre y mujer incompletos, que el destino, juguetón siempre, vino a completar.


Nota: este puede parecer el más inverosímil de todos mis relatos, pero es tan cierto como todos ellos.

Cuando Toño marchó de casa se llevó a Toñito con él, ese hijo que tanto se le parecía y que era a la vez tan distinto de Jesusa, la hermana ...

España, una madurita atractiva

Las sociedades, al estar formadas por individuos,  atraviesan, al igual que estos, diversas etapas evolutivas y cada una de ellas tiene una justificación y unas características peculiares. La sociedad española es un ente vivo que periódicamente nace, crece, se reproduce y muere para volver a reiniciarse, en un ciclo sin fin.

La sociedad española que conocemos ahora mismo nació el día en que murió Franco, tras un difīcil parto que duró 40 años. Aquel día nació una bella niña de nombre España, una niña que nadie esperaba, niña de padres añosos, cuyo nacimiento pasó desapercibido en una casa habitada por el miedo y la incertidumbre. No fue celebrado su nacimiento de un modo público, ni recibida con aspavientos ni bautizada con orgullo, más a medida que los días pasaban, se corrieron los largos cortinajes de cretona que tapaban ventanas y balcones y la luz y el sonido comenzó a colarse en las casas. España crecía y jugaba en las calles e iba a la escuela a aprender modales y educación.
Tuvo una adolescencia exultante y brava y esa rebeldía propia de la edad hizo saltar por los aires las invisibles cadenas que aún la ataban a tiempos recientes en el calendario pero remotos en el corazón. 

Tiempos de libertad sin ira, de abre la muralla... de canciones con letra de Miguel Hernández.

Y llegada su mayoría de edad, España votó y se convirtió en ciudadana comprometida y llegó a su edad adulta trabajando, formando una familia, tirando del carro del progreso, dejando definitivamente olvidados los tiempos de dictadura y de bombas. España conoció gobiernos de diversos colores y aprendió que no es tan importante el color como las personas y, testigo como fue del juego sucio de la política,  se volvió nihilista. Se sintió engañada, traicionada, vendida, vilipendiada, por aquellos a quienes otorgó la confianza en forma de voto y supo, finalmente, que todos eran iguales y el que no lo era, terminaba por igualarse.

De esa manera, España llegó a su madurez sin saber en quien confiar. Razón y corazón le enviaban mensajes contradictorios al tiempo que llegó a su vida un joven con intención de seducirla. Ella, que tuvo enamoramientos apasionados, que se dejó seducir en su juventud por la elegancia de Adolfo y la sonrisa de Felipe, para ser traicionada en su madurez por el bobalicón de José Luis y el paniaguado de Mariano, recibe ahora cartas de amor de un jovencito que la pretende en su madurez. Y duda. Una parte de ella sabe que todos son iguales, que mucho #PrometerHastaMeter, y que incluso los que más inofensivos parecen pueden resultar los más peligrosos.

Pero hay otra parte de ella, la parte perversa y pecadora que gusta de juegos peligrosos y que continuamente le susurra al oído "atrévete", "mételo en tu cama", "no seas frígida, facha, cobarde..." Y ella, temerosa de dejar pasar el último tren de su vida, duda si lanzarse en paracaídas con ese jovenzuelo que le grita "¡Podemos!" y que la empuja a la caída libre habiendo saboteado el paracaidas de su pretendida, con intención de heredar.

Es posible que esa aventura, de lanzarse a ella, le cueste la vida y la bella España muera trágicamente para nacer de nuevo en una dictadura de distinto color que la anterior. Una dictadura que marcará, de nuevo, su existencia.

España querida, no te la juegues. Eres una madurita atractiva y te mereces algo mejor. No sucumbas a la tentación de pretendientes que no son dignos de ti. Que ya tienes una edad, ¡coño!


Las sociedades, al estar formadas por individuos,  atraviesan, al igual que estos, diversas etapas evolutivas y cada una de ellas tiene...

La edad justa

He llegado a ese momento de la vida en que descubres, de repente, que no sólo te aceptas sino que te gustas. No es que me guste lo que veo, -eso sería vanidad-, sino que me siento a gusto con lo que sé de mí, con lo que la vida me ha enseñado y con lo que he aprendido caminando sobre ella, a través de ella. Me acepto -al fin- y me comprendo. Me entiendo. Me perdono. O lo intento, porque no siempre la contrición va unida a la benevolencia.

He llegado a un momento en que decido y elijo, y no admito nada que mi razón no acepte o mi corazón no valore. Me alejo de las personas que ríen a destiempo, de las que confunden sarcasmo con humor, de las que anteponen por sistema sus ideas a las razones ajenas. No quiero a mi lado a nadie que llame sinceridad a la descortesía, que prefiera hablar a escuchar, que se crea con derecho a pedirte la otra mejilla.

Tengo la edad justa para sentirme sabia entre sabios y novata entre noveles. Esa edad en que miras hacia adelante y sabes que nunca vas a estar mejor de lo que estás ahora. Que nunca vas a ser tan joven, tan fuerte, tan sana... y lo aceptas. Esa edad en que ya no te hacen daño las comparaciones porque sabes que siempre hay algún aspecto en que llevas ventaja a los demás. Con los años vences y convences y siempre hay alguien a tu alrededor dispuesto a confirmarlo. Y si no lo hay, sal inmediatamente a buscarlo.

Al final la vida me ha dado tantas cosas como me ha quitado. Me ha dado templanza, fortaleza, paciencia, serenidad, inteligencia. Y son bienes tan preciosos que no voy a malgastarlos con nadie que trate de ponerlos a prueba. Soy lo suficientemente inteligente como para saber que no debo derrochar paciencia con nadie que amenace mi serenidad. Tengo la suficiente templanza para aceptar, sin resignarme, los embistes de la vida, que no han sido pocos, ni inocuos ni indoloros.

He llegado a ese momento de la vida en que valoro, sobre todas las demás cosas, el tiempo y los afectos y por eso, porque ambos son cada vez menos, los valoro cada vez más. He llegado a ese momento en que intuyendo que aún me resta tanto tiempo como el que ha transcurrido -si la vida no es cicatera conmigo-, lleno de planes y proyectos mi agenda vital, algunos de ellos inalcanzables. Y persiguiendo sueños voy tachando deseos de mi lista, apurando días, conquistando metas, superando obstáculos. Porque tengo la edad idónea para sentirme fuerte y saberme joven, de esa juventud que ha perdido el descaro y ha ganado en sutileza.

Estoy en ese momento de la vida en que tengo la edad justa. Ni un año más ni un minuto menos.


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He llegado a ese momento de la vida en que descubres, de repente, que no sólo te aceptas sino que te gustas. No es que me guste lo que ve...

CENICIENTA






No hay que menospreciar los cuentos. Los cuentos en realidad no son ficción, son realidades camufladas. Historias reales cuyo autor no se atrevió a desvelar en su crudeza y las disfrazó de fantasía. Tras un cuento hay tal cantidad de dolor que es preciso digerirlo añadiéndole elementos que permitan asumirlo sin romperse. Los cuentos se visten de hadas, tules, duendes, lunas, lagos... para ocultar la miseria, la tristeza, las lágrimas, la violencia, el desengaño.

Los cuentos se basan en hechos reales, en circunstancias cotidianas fácilmente reconocibles. En el sufrimiento atemporal. Si miramos a nuestro alrededor podremos descubrir patitos feos, sastrecillos valientes, flautistas de hamelin, madrastras de blancanieves, niños hánsel y gretel, brujas, ogros, cenicientas.

Ay, de esos sastrecillos valientes que se atreven a defender la verdad en un mundo hipócrita, se verán al final convertidos en ratoncillos de hamelin si desean subsistir, aunque su supervivencia consista en abandonar su individualidad para disolverse en la masa. Nuestra sociedad califica la valentía de locura y al loco se le destierra a los confines del ninguneo, del que sólo saldrá si pone su valentía al servicio de algún salvapatrias o de algún fin moralmente inaceptable para su propia conciencia pero no para la conciencia colectiva.

Esas madrastras de blancanieves, hombres y mujeres, que sólo encuentran alivio al veneno que les corre por las venas envenenando al prójimo, extendiendo de ese modo su maldad. Cada vez son más, e ignoro el porqué, quizás porque su veneno tiene sustancias adictivas y su imagen es tan atractiva que miles de personas las siguen, ofreciéndose voluntarias para probar esa pócima.

En todas las familias hay una cenicienta malvestida, descuidada. Una mujer que ha envejecido a distinto ritmo que las demás mujeres de su familia. Una mujer que cuida de todos para que todos vivan, descuidándose a si misma. Una mujer en cuya casa se reúne la gente para celebrar aniversarios y fiestas y mientras todos brindan en el engalanado comedor que le llevó horas preparar, ella vigila el asado en la cocina, con su delantal sobre ropa vieja.

Las cuñadas en el salón, princesas de cuento, que se han pasado el día acicalándose, no reparan en el aspecto de cenicienta, en su coleta, sus uñas sin pintar, sus ojeras, su ausencia de sonrisa... nadie repara porque cenicienta es parte del paisaje. No es personaje ni protagonista de nada. Ella ni siquiera aparece en las instantáneas familiares, es la ausente en los álbumes fotográficos, llenos de cumpleaños, bautizos y navidades. Ella, que se sintió siempre fuera de lugar, se ofrecía voluntaria para disparar el objetivo. Disparó cientos de fotos para no aparecer en ellas. Algún día, cuando alguien repase esas fotografías, quizás descubra el pequeño detalle de una ausencia.

En un mundo que sólo valora las luces y el ruido, el silencio y la sombra no son más que pura anécdota. Y mientras otros viven, cenicienta sueña, porque los sueños son lo único que tiene. Sueña con príncipes, sabiendo que no existen y sueña con lugares bonitos, que ella no conoce ni conocerá. Sueña con bailes que nunca bailará, con verse hermosa, a sabiendas de que nunca lo será. Sueña con alguien que la rescate y es posible que ese sueño sea su perdición si algún día un sapo vestido de príncipe intenta besarla y ella, ingenua soñadora, se lo permite.




Todos podemos reconocernos en un cuento. Nuestra vida, nuestra personalidad, están plasmados en las páginas de un tomo viejo y polvoriento, en una estantería olvidada. Allí, al fondo, guardados, estamos. Sólo tenemos que abrir el libro y leer. Leernos.


No hay que menospreciar los cuentos. Los cuentos en realidad no son ficción, son realidades camufladas. Historias reales cuyo a...

Vivir es llenar de vida la vida




Ancianidad se llama el período de desarrollo a partir de los 60 años. En esta etapa de la vida es mucho más lo que vemos al mirar atrás que lo que intuimos al mirar hacia delante. Y lo peor es que la desmemoria, en ocasiones, provoca que se pierda lo vivido, lo atesorado a lo largo de toda una vida.  

La ancianidad es un período de pérdidas: pérdidas de contactos sociales y familiares, pérdida de trabajo, pérdidas económicas ocasionadas por la jubilación, deterioro psicológico y físico, decremento en el status cultural y social, etc. Toda esta situación puede llevar a una autovaloración mermada, a una pérdida también de algo mucho más doloroso: la autoestima y la sensación de auto eficacia de la persona.

Hasta no hace mucho tiempo se consideraba a la persona mayor, como dotada de una mayor sabiduría que el resto de personas, debido a todos los conocimientos acumulados en su experiencia vital. Es frecuente la existencia de “consejos de sabios, o de mayores” formados por las personas de mayor edad de un grupo, a los que se recurre para pedir consejo, asesoramiento o mediación. Siguen existiendo en grupos de poblaciones concretos, y hasta no hace mucho en el mundo empresarial, pero de un tiempo a esta parte, se denigra el papel del anciano en favor del joven, considerando que su fuerza puede compensar las diferencias formativas y competenciales en comparación con las de la persona de mayor edad.

Esa nueva visión se ha hecho fuerte en las dos últimas décadas, con la aparición de los JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados), las jubilaciones anticipadas, etc. Los medios de comunicación y la economía tienen mucho que ver, favoreciendo de un modo especial a esos nuevos consumidores que, con el desarrollo económico, comienzan a ser valiosos para los diferentes lobbis.

Se prescinde de gente sabia y valiosa en estamentos en los que precisamente han llegado a un mayor nivel y donde más se podría rentabilizar su valor. Se jubila a un científico, profesor, médico, juez, en el culmen de su sabiduría, cuando probablemente más tengan que aportar. La sociedad no es eficiente al administrar sus recursos humanos y es incapaz de rentabilizar toda la inversión que realiza a lo largo de la vida de un individuo, para dotarle de conocimientos y formación. Personas que muchas veces son auténticos virtuosos en lo suyo dejan de tener interés para una sociedad mercantilista y competitiva.

Y es que nuestra sociedad ha caído en el “edadismo”, término acuñado por Robert N. Butler, médico norteamericano que trabajó en el tema del envejecimiento. El edadismo es una actitud social en forma de discriminación hacia las personas por razón de su edad sobre la única base de prejuicios y estereotipos. Estereotipos que la sociedad reproduce mediante actitudes, lenguaje y expectativas discriminatorias para ese sector de la población que ha cumplido ya los 60.

El objetivo vital de todo ser humano, no sólo el de las personas de más edad, debe ser el de envejecer de un modo activo y saludable y a partir de cierta edad, cuando las pérdidas comienzan a ser importantes, llega el momento de compensarlas, realizando nuevas adquisiciones (sociales, afectivas, intelectuales). Compensar esas pérdidas llenando la vida de vida. Llegando a la tercera edad, es preciso concienciarse de que aún queda mucho por aprender, mucho por hacer, mucho que aportar, mucho que vivir.



Ancianidad se llama el período de desarrollo a partir de los 60 años. En esta etapa de la vida es mucho más lo que vemos al mirar...

Fossie

Fossie asoma su cabecita de lana por la toquilla entreabierta de su ama. Como si de un Platero canino se tratara, es pequeño, peludo, suave, casi de algodón. Fossie es la vida entera de su dueña, de esa mujer anciana, que lo abraza con ternura y veneración.

Adelaida es empujada en su silla de ruedas, por sus hijos. Cada día por uno, alternándose para darle todo el amor y los cuidados que ella merece y que ellos necesitan también darle. Es curioso lo que ocurre con el amor, crecemos buscándolo, deseosos de recibirlo, pero cuando más se disfruta es cuando se da.

Pasillo arriba, pasillo abajo, la hija de Adelaida pasea a su madre empujando muy despacio la silla de ruedas y le canta canciones antiguas, al oído, muy bajito. Ella canta a su madre, y su madre abraza y susurra al oído de Fossie "mi perrito chiquitín, no tiene frío, yo le arropo" Perro y anciana, cabeza contra cabeza, el pelo gris del can, junto al pelo gris de la mujer. "Mi perrito chiquitín, no tiene frío..."

Su hija avanza por el pasillo, y la escena no puede ser más emotiva y conmovedora. Y de tan emocionante que resulta verla, duele. Duele intuir el silencioso dolor de los hijos tras el ritmo de las canciones que entonan para su madre. Duele ver la mirada perdida de la anciana, posándose en la lanuda cabeza de su perro. Duele ver el lento avanzar de un vida hacia su final... amparada su confusión por el consuelo del único ser al que reconoce, su perro. Un perro que en realidad murió hace dos años y fue sustituido por otro de peluche, muy parecido al foxterrier  que la acompañó en los últimos años de consciencia. Una vez en el túnel en el que entró para perderse, Adelaida es incapaz de distinguir el pelo de la lana y se abraza a Fossie, al único ser que aún recuerda de su vida anterior. Entre sus tinieblas, escucha el cantar de ese hombre y esa mujer que cada día entonan para ella canciones antiguas, que no le son del todo desconocidas, y se abraza a su perro, cuya cabeza asoma por la toquilla que su hija tejió para ella... "mi perro chiquitín no tiene frío..."

Me cruzo con su hija, me sonríe, y entiendo la paz que para ella supone que su madre no cruce en solitario ese negro pasaje de su vida.


Fossie asoma su cabecita de lana por la toquilla entreabierta de su ama. Como si de un Platero canino se tratara, es pequeño, peludo, sua...