Procuramos cuidar el medioambiente y nos preocupa la gestión de los residuos, alojando cada uno de ellos, según su tipo, en contenedores específicos. Pero tenemos papeleras virtuales en las que vertemos cosas/asuntos/archivos/vivencias/recuerdos inservibles, sin separarlos entre sí. Deberíamos tener contenedores virtuales distintos, según la naturaleza de aquello de lo que deseamos o necesitamos deshacernos.
Un contenedor azul-emoción en el escritorio de mi ordenador para las cuentas de amigos que han dejado de serlo. Para aquellos que un día se llamaron amigos y no lo eran, para los que siéndolo lo olvidaron, para los que se fueron sin más, para los que desaparecieron contra su voluntad. Ese contenedor recogería las decepciones, los afectos rotos, los sentimientos marchitos. Los besos que por no darse cayeron al suelo y se rompieron, los abrazos que no encontraron destinatario, las palabras malinterpretadas, los gestos inútiles. Contenedor para reciclar lágrimas, poemas, corazones rotos.
Un contenedor rojo-violencia para los enemigos, para las guerras, para el odio. Un espacio en el que arrojar el daño, el dolor, las palabras golpeadas sobre el teclado que explosionan y matan al llegar a su destino. A ese contenedor arrojaría las imágenes que nunca habría querido ver, los gritos, las amenazas, el olor a muerto que a veces destila mi pantalla. Internet es un campo de batalla cada vez más grande y necesitamos contenedores para las armas, para los cadáveres, para la maldad. Caminar sin protección por lugares así es exponerte a riesgos continuos. Hay gente que muere víctima de fuego enemigo; otros caen a tierra por el fuego cruzado de batallas que no iban con ellos. Necesitamos un contenedor rojo para que la sangre -tanta sangre- pase desapercibida.
Necesitamos un contenedor amarillo-bilis para la envidia, para los celos y recelos y para todas las emociones negativas que supuran por nuestra piel virtual. Un contenedor para desechar el sarcasmo, la ironía, la comunicación perversa. Para los malentendidos, las explicaciones tardías, las justificaciones innecesarias. Para las miradas malintencionadas, para los remordimientos, para la angustia, para la culpa.
No puedo mezclar todo ello en la papelera de mi escritorio, porque hay cosas que desearía no volver a ver nunca pero hay otras que quizás pueda reutilizar, recuperar, oportunamente recicladas. Quién sabe si del contenedor azul no podré rescatar al amigo perdido, saborear un beso, secar una lágrima. Quizás algún día ese abrazo vacío encuentre otro abrazo.
Quién sabe si del contenedor amarillo podré recuperar algún día la culpa transformada en sosiego, la angustia en esperanza. Reinterpretar la ironía y darle un significado diferente, explicar lo que no pude o no supe. Dar una segunda oportunidad a esas emociones que no manejé adecuadamente y dejaron un poso dañino.
Del contenedor rojo no deseo rescatar nada. Eliminar definitivamente...
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