El agente tributario

Recibir una citación sienta como un mal diagnóstico médico. Lees fecha y motivo y ya te ves en ese túnel que al parecer tiene una luz al final, pero ni esa luz eres capaz de ver en una situación así. Hasta que llega el día se te cierra el estómago y sueñas por la noche cosas que no te atrever a compartir con nadie.

Ese día dudas qué ropa vestir, qué imagen dar, como un sospechoso duda ante su juez. Cruzas la puerta de la infame oficina y tu mirada se dirige ora a la izquierda, ora la derecha, a las caras  que se sientan tras las mesas perfectamente alineadas. Elijas la que elijas, verás a los agentes tributarios frente a ti, cual pelotón de fusilamiento. Intentas hacer el paseíllo con dignidad, buscando al inspector que tratará de encontrarte el pecado original y mientras te diriges a su mesa, las miradas de todos los demás pesan sobre ti como una losa. Ojos lacerantes que tratan de acuchillar tu miedo.

Ante la mesa de quien imaginas tu verdugo extiendes la citación, que te es arrebatada por quien no deja de mirarte con toda la hostilidad de que es capaz y tú ya te das por juzgado y condenado. Pero decides que, ya que ese tipo va a entrar a matar, no se lo vas a poner fácil y tomas asiento sin dejar de mirarle, con el reproche implícito en tu mirada por no haberte ofrecido la cortesía del "siéntese usted", más grave aún porque eres mujer.

Y antes de que el descortés justiciero hable, hablas tú, haciendo también acopio de toda la hostilidad almacenada en esos días.
- "Es la segunda vez que me hacen una inspección por el mismo asunto y eso no es legal"
Asombrado ante la osadía de esa ciudadana que se dirige a él sin que se le haya dado la palabra, el agente tributario muta la seriedad de su cara por un rictus de sarcasmo:
- "No pretenderá usted decir que nos hemos equivocado..." y rápidamente imaginas un hilillo de saliva reptándole por la boca hasta el mentón...
- "Eso digo exactamente. Andan ustedes muy perdidos, este expediente que mencionan en la citación fue revisado y archivado hace 14 años. Pago puntualmente todos los impuestos, cuotas, gravámenes, complementos y chorradas que a nuestro alcalde se le ocurren para crujirnos a los que tratamos de ganarnos la vida honradamente. Da la impresión de que ya no saben ustedes cómo sangrar a la gente para sacarles hasta la última gota..." y ya no te cabe la menor duda, ahora sí, el agente tributario está al borde del colapso. 
Se levanta soberbio de su silla, y te espeta: "voy a dar parte ahora mismo al jefe de departamento..." y desaparece. 
En tu fantasía imaginas la aparición repentina de agente y jefededepartamento, tras una puerta batiente de saloon, con las manos próximas a las cartucheras, caminando hacia ti con las piernas arqueadas, como los machotes del oeste americano.

Pero es el agente quien aparece, con una mirada diferente a la que exhibía minutos antes. Se sienta y ya no te mira. Te extiende un documento al que acompaña con las palabras "vamos a archivar el asunto... prescrito..."

Y lejos de alegrarte te enervas aún más...
- ¿Qué es lo que ha prescrito? Sólo prescriben las faltas y delitos y yo no he cometido ninguno de ellos. Son ustedes quienes han metido la pata...
"... archivado...", balbucea el otro, con rabia y sin mirarte... "archivado..."
- Querrá usted decir, que no ha habido caso. Que han metido la pata. 
"... el siguiente..." vuelve a balbucear.
Y te levantas de la silla, sin dejar de mirar el rostro malvado del agente tributario y te sabes de repente de otra especie diferente a la suya. Notas el abismo que existe entre su resentimiento y tu vida, entre su hostilidad y tu seguridad. Y sabes que jamás podrías desempeñar un trabajo como el suyo, porque ni tienes su mala hostia ni un alma tan sucia como la que se refleja en su rostro.
- "Espero que no vuelvan a molestarme con lo mismo" le digo, mirándole fijamente a los ojos, mirada que ya no es capaz de mantenerme. 




Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

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