LA SOMBRA DEL MALTRATO


Carlos se sentía preso en una relación asfixiante. Ella tenía el poder de la casa, de la familia. Decidía la organización, los gastos, las relaciones, las salidas y las entradas, el trabajo y el ocio. Con su mal carácter había cercenado de raíz la voluntad de Carlos, quien rara vez se atrevía a manifestar una opinión contraria.

El se había acostumbrado a vivir en galeras e intentaba que la martilleante voz de ella y los dardos que salían de su boca no hicieran mella en su espíritu, pero el paso del tiempo -del tiempo junto a ella-, se había convertido en un mal contra el que nada podía hacer. Podría huir, pero ¿qué iba a ser de él, solo, lejos de su casa y de sus hijos? Su mente se debatía entre una vida solitaria o aquella vida -si es que lo era-, en su entorno, con las cosas que había ido consiguiendo con el tiempo y que tanto le habían costado.

Sabía que romper con todo podía salir muy caro, podría perder todo de golpe, afectos, propiedades… no podía o no estaba preparado -o le faltaba valor- para tal renuncia y mientras llegaba el valor o la decisión, aguantaba como podía las hirientes palabras de ella, las descalificaciones, las burlas, los gritos, el control de su vida y sus acciones. Mientras decidía si huía o se quedaba.

María se sentía presa en una relación asfixiante. Él tenía el poder de la casa, de la familia y el control absoluto sobre ella. Un poder que ejercía con su voz y con su puño. Él controlaba la vida de ella las 24 horas, estuviera a su lado o estuviera lejos. El miedo es una sombra que se extiende sobre la víctima y le impide moverse y respirar. Ella sabía que no había lugar al que pudiera huir ni persona a la que pedir ayuda. Sabía que estaba sola y que no tenía escapatoria.

Con cada agresión ella se hacía cada vez más pequeña, más insignificante y trataba de no respirar por no molestar. Un paso en falso y su vida podía tambalearse definitivamente y lo que es peor, la vida de los que más amaba. Por eso simulaba que todo estaba bien, y arrullaba a sus hijos, los apretaba contra su pecho, los mecía en sus brazos al son de dulces canciones, tratando de protegerlos, de tejer a su alrededor la paz y la serenidad que a ella le faltaban. Que nunca sintieran miedo, que nunca se sintieran solos. Y para no tener que dejarlos solos nunca, simulaba que todo estaba bien e intentaba teñir de blanco su negro miedo. No tenía otra salida. No hay salida.


Las diferencias entre hombres y mujeres que sufren maltrato por parte de sus parejas son el MIEDO, la posibilidad de encontrar una SALIDA y la capacidad de SOBREPONERSE al daño.





Lagartija
Lagartija

Políticamente incorrecta. Lic. en Filosofía y CC. de la Educación. Profesora. Psicóloga. También escribo en infohispania.es

5 comentarios:

  1. MAGNÍFICO ARTÍCULO,como siempre estimada compañera bloguera, aunque sea POLITICAMENTE INCORRECTO...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estimado Paco, te agradezco enormemente tu opinión. Respecto a lo correcto, en nuestro grupo compartimos "incorrección", ese es nuestro "mérito". Un abrazo

      Eliminar
  2. Muy pedagógico y muy real. Seres humanos con miedos, dependencias, violencias, fracasos.
    Las etiquetas desfiguran la realidad

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida lectora, el drama del que hablamos nunca será fielmente apresado en ningún escrito, ya que el sufrimiento humano tiene demasiadas aristas. Gracias por leerme. Un abrazo

      Eliminar
  3. Triste realidad. Y, desgraciadamente, de antes, de ahora y de después.

    ResponderEliminar